GARA Euskal Herriko egunkaria
KOLABORAZIOA

«STOP War». ¿De verdad?


Si tienes mi edad, tal vez recordarás aquel gran concierto a escala planetaria que un joven cantante irlandés, Bob Geldof, logró organizar en Londres y Filadelfia simultáneamente, en los que actuaron Queen, Elton John, Bob Dylan, Phil Collins y otros cientos de artistas. Todo un evento global para recoger fondos que se destinarían a combatir la hambruna en África.

Los Boomtown Rats eran un grupo en su decadencia con escaso futuro musical, pese a que la música pop pasaba de la contraculturalidad a la hegemonía, y sus artistas constituían una jet set. Mientras tanto, en el Reino Unido, Margaret Thatcher imponía su propia doctrina de choque, contra los derechos laborales y a golpe de privatización. Para Geldof, Thatcher era una punk que agitaba el viejo sistema (sindicatos incluidos) para Thatcher Geldof era un emprendedor, la sintonía ideológica era ideal.

Geldof reorientó su carrera hacia una forma de humanitarismo conocido hoy en día como el filantrocapitalismo, y junto con Bono (U2) y la fundación Bill Gates, buscan y encuentran causas. La lógica es sencilla, ellos cantan, nosotros pagamos. Hoy día Geldof tiene una riqueza estimada en 32 millones de libras, y junto a artistas que buscan paraísos fiscales para declarar sus ingresos o viajan a sus conciertos en aviones separados porque no se soportan (One Direction) nos piden regularmente al resto de los mortales que nos aflojemos el bolsillo para sus causas. Sin adentrarse nunca en las «causas de las causas».

En el año 2005, ignorando la protestas contra la cumbre del G8, en Escocia Bono y Geldof se entrevistaron con Tony Blair y con George W. Bush, para luego organizar un concierto benéfico en Londres, lejos de donde estaban las movilizaciones.

Más adelante Geldof recibió una mención honoris causa por la universidad Ben Gurion, en Tel Aviv, y tampoco habló entonces de los territorios ocupados ni de las operaciones militares sobre Gaza.

Pero más grave es lo que denunció la revista “Spin” en el año 1986. Etiopía sufría de una hambruna, pero esta había sido provocada tras el bombardeo con Napalm en Eritrea por parte de los aviones Etíopes para luchar contra la insurgencia. Y la ayuda de cien millones de dólares fue entregada al Gobierno Etíope, que adquirió material militar.

Médicos Sin Fronteras, que había sido recientemente expulsada de Etiopía por denunciar las violaciones de los Derechos Humanos en aquel país, ya había desaconsejado repartir el dinero habiendo una guerra civil y sin infraestructura para su reparto. Durante aquella guerra 100.000 personas murieron al ser obligadas a reubicarse.

Con la reedición del hit “Do they know it’s chrismass” para luchar contra el ébola en 2014, la cantante Adele fue señalada públicamente por no haber querido participar, pese a que había realizado un donativo a la organización caritativa Oxfam.

La filosofía del filantrocapitalismo juega con los sentimientos de la gente y nos aleja de las lógicas que producen desigualdad, crean una cortina de humo presentada en forma de chantaje emocional.

No critico el asistencialismo, y respeto a quienes a pie de calle dedican toda su vida a los que necesitan soluciones aquí y ahora y no pueden esperar a que se solucionen los problemas de fondo. Lo que trato de explicar es que me queda una severa duda sobre si la solución al hambre, las pandemias y las guerras es que un grupo de multimillonarios que evaden impuestos en sus países utilizen su notoriedad y capacidad de influencia para marcar la agenda por sí solos, sin contar con organizaciones sociales y sin agenda política clara.

Es por ello que no me merece ninguna credibilidad la presencia de Geldof en Donostia en un festival llamado «Stop War festibala». Constato que la organización del evento ha sido muy cuidadosa desde el mismo nombre, combinando un nombre en inglés (aspiración de globalidad y de fácil encaje como concepto de marketing y en las redes sociales) y festibala (referencia a lo local y a la vez entendible en euskara y castellano), y si además añadimos riadas de gente por las calles de Donostia y proyectamos el evento a los cinco continentes del planeta la imagen de Donostia sale reforzada, miel sobre hojuelas y todo el mundo contento.

Y todo sobre algo en lo que todos nos podemos poner de acuerdo: acabar con «la guerra». El triunfo absoluto del significante vacío. Lo siento, pero aún y todo no cuela.