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KANPAINA

El «frente» de Otegi ya existe, y en las fronteras de Urkullu

No tiene que irse muy lejos el lehendakari Urkullu para encontrar esa fórmula propuesta por Otegi que tanto le ha incomodado. El «frente» a tres bandas gobierna (y cambia) Nafarroa hace un año. ¿Por qué el PNV se resiste a ensayarlo en la CAV? Conviene pensar en ello.


No consta que en Sabin Etxea preocupara hace un año el acuerdo programático que instaló en el Gobierno navarro a Uxue Barkos. O acaso su presidente, Andoni Ortuzar, lo disimulaba mucho cuando afirmaba tener «mucha confianza y esperanza» en esa fórmula.

Sí, esa propuesta de acuerdo de país a tres bandas lanzada por Arnaldo Otegi hace dos semanas y denostada inmediatamente por Iñigo Urkullu como un «frente» no es una entelequia política ni una carta a Olentzero. Existe y gobierna a menos de cien kilómetros de Gasteiz. Basta cruzar Aralar o Urbasa para encontrarlo. Ahí están las tres patas de la mesa: el autonomismo centrista y euskaltzale de Geroa Bai –más que primo hermano del PNV–, el independentismo de izquierdas de EH Bildu –el mismo que en la CAV, matices tácticos al margen– y el todavía nebuloso proyecto de cambio social de Podemos y de I-E –versión navarra de Elkarrekin Podemos–.

Es más. De existir realmente un frente, que no, lo sería el navarro en marcha y no el que ofrece Otegi un poco más al noroeste. Por dos motivos. El primero es político, cualitativo. Esa entente navarra se hizo básicamente por la existencia de un enemigo común, el llamado régimen cuyas políticas de décadas hacían imprescindible remover, oxigenar, abrir ventanas. En este sentido el cuatripartito navarro sí se puede leer como un frente; democrático y democratizador, pero «anti» en su génesis. En la CAV, por contra, no existe ese factor reactivo; el rival al que doblegar solo ha sido dominante –y mediante trampa electoral y con muy poco poder real hasta el punto de no agotar legislatura– tres años, de 2009 a 2012. El enemigo real de ese eventual acuerdo de país no está intramuros, sino en Madrid.

El segundo factor es cuantitativo. Por pura definición, un frente es algo que divide un todo en dos mitades casi iguales. Así ocurre en Nafarroa, como muestran el 26-24 del Parlamento o el 14-13 del Ayuntamiento de Iruñea. Nada que ver con el cuadro en la CAV. Si la propuesta de EH Bildu cuajara, con las proyecciones de EiTB Focus y el CIS en la mano ese mismo acuerdo sumaría 59 votos frente a apenas 16 en contra en el Parlamento de Gasteiz. Habría que buscar muy mucho en Euskal Herria y su entorno para encontrar un consenso aritméticamente tan mayoritario y políticamente tan transversal, esa palabra que tanto ha solido gustar en Sabin Etxea a la hora de defender otros pactos.

Ese acuerdo, eso sí, fue relativamente fácil en Nafarroa y suena a imposible en la CAV. Y la diferencia, como queda apuntado, no se explica con razones objetivas, sino subjetivas, de pura voluntad política. El PNV de Urkullu no quiere ni abrir el debate, y eso que –otra paradoja– la relación de fuerzas y por tanto la capacidad de controlar la nave común le sería más propicia en la CAV que en Nafarroa, donde Barkos quedó retratada con esos 14.000 votos del 26J.

Ya en 2012 en Sabin Etxea sentó muy mal que Laura Mintegi se subiera al balcón del Hotel Carlton para plantear un gobierno de país como el de José Antonio Agirre. La voluntad de EH Bildu sonaba sincera entonces, no un simple intento más de dejar en feo al rival, y lo parece aún más ahora, en que sus parlamentarios en Gasteiz han aprobado varias leyes recientes a Urkullu sin que se atisbara beneficio partidista en ello.

¿Por qué el PNV no quiere lo que obviamente sí se puede? Saberlo es imprescindible; para un intento de acercamiento analítico-periodístico harían falta más espacio y más datos, que quizás la campaña vaya ofreciendo. De momento, lo que no cuela es el afán del PNV en reivindicar voluntad de pactos, y menos aún la excusa de Urkullu ante Otegi.