2016 URR. 25 IKUSMIRA De vidas, disfrutes y la buena muerte Amaia Ereñaga Periodista Gracias a la vida, que me ha dado tanto. / Me dio dos luceros, que cuando los abro, / perfecto distingo lo negro del blanco,/ y en el alto cielo, su fondo estrellado,/ y en las multitudes, al hombre que yo amo». El “Gracias a la vida” (1966) de la chilena Violeta Parra me anda saltando en la cabeza debido a circunstancias cercanas que no vienen al caso, pero que tienen que ver con vivir y morir dignamente. Eso tan básico y complicado a la vez, y de lo que tan poco hablamos y, menos, legislamos... o nos impiden hacerlo totalmente (léase Ley vasca de Muerte Digna). En mi oído inconsciente –no sé cómo definirlo–, la canción suena en la voz de Mercedes Sosa en “Homenaje a Violeta Parra” (1971), donde se incluía este himno de amor por la existencia, escrito como despedida antes de abandonarla. Pocos años antes, en 1969, Violeta había decidido detener la marcha de sus pies cansados. Otra que también se suicidó internándose lentamente en el mar fue la poetisa argentina Alfonsina Storni (M. Sosa, “Alfonsina y el mar”, 1969).... Vale, lo admito, soy carroza total. Pero todo se me removió en las tripas al escuchar en el “Salvados” de Évole a Carlos Martínez, un enfermo de ELA muerto en agosto, proclamar que había vivido bien y quería cerrar el círculo muriendo del mismo modo, pero no podía, porque la ley se lo impedía. Sí lo habría podido hacer en los Países Bajos, donde ahora también estudian autorizar el suicidio asistido para los ancianos que sientan que han vivido lo suficiente. Se ha montado gorda, pero ¿quién se cree con derecho a decirles qué hacer con su vida?