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DE REOJO

Costumbres


Me he sentado delante de mi electrodoméstico esencial con la intención de relajarme después de una visita odontológica y en menos de media hora he visto escenas violentas de todas las formas y maneras. Y no he puesto ni una serie, ni una película, ni un reality, simplemente en un programa matinal de esos que escanean la realidad más obscena para entretenernos y despistarnos un poco más de lo importante. Son costumbres que deben estar instauradas en una constitución consuetudinaria invisible que se pone en marcha con facilidad.

¿Cuántos gorilas de discoteca se dedican a pegar a los clientes molestos o a quienes quieren ser clientes pero no lo logran? Es una fea costumbre demasiado extendida en donde la violencia se instaura como una forma de lenguaje disuasorio. Y se emplea de una manera exagerada por individuos perfectamente entrenados para ello. Y que abusan de su entrenamiento y que se colocan en demasiadas ocasiones en el borde la ley. Vemos a un muchacho murciano que pasó veintiún días en coma tras un puñetazo, uno solo, pero de una eficacia casi mortal, seco, de especialista. Las imágenes son espeluznantes.

Pero la costumbre que no cesa es la de algunos guardia civiles que acumulan una violencia ancestral, atávica, de verde oliva y charol, como se demuestra en los golpes, amenazas e insultos que le propinaron a un antitaurino que saltó a un ruedo en la provincia de Madrid a protestar por la celebración de ese ritual violento de la muerte de un animal. Se escucha perfectamente porque el agredido dejó encendido su móvil. Vuelve a escucharse todo el ritual violento con los detenidos cuando entran en las oscuridades de los cuartelillos, pero sucedió en los toriles de una plaza de toros. Como un viejo relato de la guerra civil.