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GUTUNAK

¡Indultad ese toro!


Si no hubiera nacido Einstein, alguien habría descubierto la teoría de la relatividad. Si no hubiera nacido Darwin, alguien habría descubierto la evolución. Si no hubiera nacido Santiago Ramón y Cajal, alguien habría descubierto la neurona. Pero si no hubiera nacido Cervantes nadie habría escrito “El Quijote”, y si no hubiera venido Beethoven al mundo nadie habría compuesto sus sinfonías. Sin Verdi no habría existido “La Traviata”.

La razón de que los hallazgos científicos sean inevitables y las obras de arte un milagro, es que la neurona «estaba ahí», esperando ser descubierta, pero “El Quijote” no «estaba ahí», y un genio tuvo que crearlo (y de alguna forma también “El Quijote” creó a Cervantes, al Cervantes que todos conocemos).

Un investigador es un aventurero que se interna en lo desconocido para explorar la obra de Dios, su creación (o para descubrir las leyes de la naturaleza, que para un científico es lo mismo que Dios). Un artista es un dios. Un dios menor, con minúscula (aunque sea navarro), pero en todo caso un creador.

El toro azul de Mikel Urmeneta «no estaba ahí». Lo sé muy bien, porque yo «sí estaba ahí». Mikel lo creó, sacándolo de su no-existencia en su no-dehesa de no-toros azules. Él es su creador, nadie más podía serlo. Y como sucede con las creaciones de los dioses mayores, el toro azul pertenece a un mundo en creación permanente, a una historia interminable.

No hay un universo Urmeneta cerrado, terminado, cancelado, ajeno ya para siempre a su autor, desprendido de él. Hay una creación en marcha, y sospecho que de ida y vuelta: de Mikel Urmeneta hacia sus criaturas y del toro azul y su cuadrilla hacia Mikel Urmeneta.

Fuera de ese ecosistema el toro no puede vivir, solo es un trofeo, una cabeza seca y muerta (¡casposa!) en una pared.

¡Indultad a ese toro azul, dejadlo vivir, dejad que vuelva, libre, a la dehesa de la que fue arrancado!