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Cuatro Copas para cuatro héroes


Gasteiz es una ciudad de baloncesto y qué mejor evento que la Copa, una cita que Bozidar Maljkovic definió como «mejor que el All Star de la NBA». Desde el año 2000 hasta hoy, cuatro ganadores diferentes han jalonado las ediciones de 2000, 2002, 2008 y 2013, pero siempre con un común denominador: un nombre propio emergía para quedarse en la retina de la grada de Zurbano.

 

Cuando la grada del Buesa Arena aplaudió a Felipe Reyes

Era un 31 de enero de 2000, la primera de las finales coperas que acogería Gasteiz en sucesivos años, y unos contendientes impensables a día de hoy: Pamesa Valencia –que repetiría subcampeonato en 2013– y Estudiantes. Los taronja llegaban como líderes de la ACB, pero el «torneo del KO» fue para Estudiantes: 63-73, con el MVP para Alfonso Reyes, icono donde los haya el pequeño y peleón pívot español, autor de 26 puntos y 7 rebotes. Un pívot pequeño, cuyos 202 centímetros oficiales hedían a mentira y no muy sobrado de talento capitaneaba un equipo pequeño, pero que se fue haciendo enorme para reinar en Gasteiz.

La curiosidad dicta que la hinchada del Baskonia, eliminada por los colegiales en cuartos, y la de Estudiantes hicieron piña, aplaudiendo a rabiar a los del Ramiro, aunque estos se habían deshecho de un Baskonia a punto de dar el salto a la élite, con Bennet, Nocioni, Oberto o Garbajosa en sus filas.

¿Por qué entonces la mención a Felipe Reyes, si en la final no anotó ningún punto en 15 minutos? Porque se ganó a sus futuros enemigos en cuartos. Aún era un «junior de oro», discípulo aventajado de su hermano y del ex de Caja Bilbao Shaun Vandiver. «Lo mejor de Felipe es que le gusta trabajar», reconocía el pívot norteamericano.

«Lo que ocurría era que había una química muy especial entre las aficiones de Madrid y Gasteiz. Había una muy buena relación. Es más, las aficiones compartían no ya la cancha, sino las cafeterías y los bares de alrededor. Esa sensación tan buena trasciende a la ‘fiesta social’», recordaba «Pepu» Hernández a este mismo periódico.

Pero hubo más: concretamente, 17 puntos y 5 rebotes ante aquel Tau Baskonia, y un aplauso unánime de los que más tarde fueron enemigos acérrimos. Era el primer fogonazo de un talento camuflado, aún sin lanzamiento exterior, inseguro en el tiro libre, y de solo 204 centímetros. Se estaba gestando un enemigo en las filas de un amigo. Se estaba gestando una admiración que hoy nadie admitirá.

 

Rudy Fernández demostró ser mucho más que el niño mimado de la acb

Había un ambiente especial en aquella Copa de Gasteiz 2008. La Penya, que aquel año haría doblete al llevarse también la ULEB Cup, pasó por encima de Pamesa Valencia en cuartos de final, superó al Real Madrid de Bullock, Mumbrú, Raül López, Hervelle, Charles Smith, Felipe Reyes... con Joan Plaza en el banquillo, para derrotar al Tau Baskonia de Neven Spahija en la finalísima por 80-82.

Aquel Joventut de Aíto García Reneses y un imberbe Sito Alonso –«queremos un hijo tuyo», rezaba una pancarta dirigida al de Monzón– llegaba a Gasteiz con la sensación de estar maduro para ganar, a pesar de que sus líderes eran un Rudy Fernández que aún no tenía 23 años y un niño como Ricky Rubio, que no llegaba ni a los 18: la famosa «R&R», con una mezcla extraña de más jóvenes, como Pau Ribas, Jan-Hendrik Jagla o Pere Tomàs, veteranazos como Demond Mallet o Ferrán Laviña, tapados como Lubos Barton y especímenes difícilmente calificables como Jerome Moïso y Eduardo Hernández-Sonseca.

Pero el líder era Rudy Fernández. MVP de la final de la Copa de 2004 pese a que su Joventut cayó contra un Tau Baskonia puro NBA, el escolta balear dio el definitivo salto al estrellato en Gasteiz 2008. Su Penya caía por 28-16 en la final y Rudy parecía eclipsado por Pete Mickeal. Pero hete aquí que el «teatrero y protestón» niño mimado de la Liga ACB, despertó y se fue hasta los 32 puntos, en una de las exhibiciones más memorables ante un rival que ganaría la Liga ACB y se colaría en la Final Four de la Euroliga.

Y por si fuera poco, Ricky Rubio le echaba una mano para decidir una final al rojo vivo, una de las finales más apasionantes que se recuerdan, y que supuso la redención de Aíto fuera del Barça y el reconocimiento de un líder como Rudy Fernández, que daba hasta grima admitir su superioridad.

 

«Benito», líder visible e invisible del Tau Baskonia que logró el doblete

«Me gusta jugarme los tiros importantes. Y si no entran y perdemos, no pasa nada. Es baloncesto, amigo». Palabra de Elmer Bennett, de «Benito», mejor dicho. Una suspensión suya desde seis metros golpeaba el tablero del Buesa Arena y entraba inocentón. En el marcador, 85-83.

El MVP fue para Dejan Tomasevic, pero «Benito» fue el hombre orquesta de un Tau Baskonia que conquistaría el doblete aquella temporada. Dio igual que el Joventut pusiera contra las cuerdas a los gasteiztarras en cuartos de final, hasta el punto de que Scola evitara el desastre con una canasta de última hora. Dio igual que el Unicaja de Maljkovic pusiera en aprietos a los de Dusko Ivanovic, preludio de lo que pocos meses después sería la final de la Liga ACB. Poco importó que en la final se enfrentase al Barça del mejor Sarunas Jasikevicius, autor de 28 puntos y elemento desestabilizador por juego o artimañas.

Y daba igual porque enfrente estaba «Benito», que promedió 15 puntos y 5 asistencias porque aquel era su deber: anotar cuando correspondía y repartir el juego cuando tocaba hacerlo. Aquel Baskonia de Scola, Nocioni, Tomasevic o el «Cóndor» Scconochini tenía en Elmer Bennett su faro, talento, personalidad y físico, antes de que las lesiones menguaran su impacto en el juego.

«Benito» ya sabía lo que era ganar una Copa con la camiseta baskonista, ya que en la edición de 1999 lideró la remontada gasteiztarra ante el Caja San Fernando, dejando para el recuerdo un poderoso mate en la cara de Andre Turner –«esto es Dallas, ciudad sin ley, y solo manda quien desenfunda primero», gritaría un sobreexcitado Ramón Trecet–, y el reconocimiento del MVP para su palmarés. Pero ganar en casa era otra cosa, por mucho equipo de leyenda que fuese aquel Baskonia, y por mucho que hasta Dusko Ivanovic saliera a puntear el tiro ganador del Barça de aquella final. «Desde hacía veinte años nadie conseguía ganarlo ante sus aficionados. Aquello fue el inicio de un año increíble». Y de un equipo aún más increíble.

 

Pete Mickeal se tomó con el Barcelona la venganza sobre Rudy, y recuperó el cariño de zurbano

La Copa de 2013 dejó unos cuartos de final con sabor a final, pero no solo porque se enfrentaran el Real Madrid y el Barça, primer enfrentamiento futbolero lejos de una finalísima desde 2010. Aquel partido inaugural fue similar a la ventisca que cayó en el exterior del Buesa Arena: una locura que acabó después de dos prórrogas y un abracadabrante 106-110 en el luminoso.

El Real Madrid defendía título, conquistado en el Palau Sant Jordi un año antes, y en el aire había aires de venganza, sobre todo por parte de jugadores como Ante Tomic, jugador del Barça defenestrado por Pablo Laso en el Real Madrid, o por un Pete Mickeal que rejuveneció en aquella cita copera para hacerse con el MVP y el favor de una grada gasteiztarra que le volvió a cantar desaforado «¡Em-Vi-Pete!», como la vez que se llevó el galardón de mejor jugador de la final de la Liga ACB 2008.

Para el de Rock Island el partido de cuartos fue, a su vez, la venganza sobre Rudy Fernández de la edición copera de Gasteiz 2008. Rudy acababa de volver de la NBA y su espalda aún le dejaba alguna alegría, pero en aquel loco partido el balear no parecía ni su sombra, en parte porque su mano derecha estaba dañada, y en parte porque Mickeal ni perdona, ni olvida. Y la grada, que por un momento animó a Pablo Laso, auténtica revelación de los banquillos desde que saltara a una «silla eléctrica» como la del Real Madrid, recordó que el cuadro merengue es y siempre será el enemigo a superar.

Las semifinales fueron otro cantar. Juan Carlos Navarro no eligió mejor día para renacer de sus cenizas y llevarse por delante al Baskonia de Zan Tabak, impotente el croata como su equipo de frenar al escolta de Sant Feliú, muestra de un año errático y en el que el adiós de Dusko Ivanovic por la puerta de atrás fue el inicio de una larga travesía por el desierto, travesía que tuvo en la venta de Brad Oleson en vísperas de la Copa, otro de sus amargos capítulos.

Gasteiz recibía su última final copera, una final algo descafeinada, ya que pese a los intentos de Velimir Perasovic y sus pupilos, aquel Valencia Basket jamás creyó en sus opciones de victoria, por mucho que quisiera competir hasta el último cuarto.

Pete Mickeal fue el escogido, quizá por su pasado baskonista, como pudieron haberlo sido Marcelinho Huertas o el propio Brad Oleson. Pero los tipos de carácter siempre cayeron bien en Gasteiz, y Mickeal siempre reconoció que su entrada en la élite ocurrió en Zurbano.