2017 OTS. 20 Elkarrizketa JAVIER DE ISUSI DIBUJANTE «Todos somos, en última instancia, inmigrantes» En «Asylum», el dibujante bilbotarra hace un ejercicio de memoria colectiva cruzando historias de personas que buscan hoy refugio en Euskal Herria, a causa de su condición sexual, el feminicidio, la trata de blancas, los conflictos bélicos… y de vascos que tuvieron que exiliarse durante la guerra civil. Todas ellas tienen algo en común: lo que más echan de menos a menudo durante su exilio es un abrazo. Patxi IRURZUN IRUÑEA “Asylum” fue inicialmente un encargo para Javier de Isusi (autor entre otros cómics de “He visto ballenas” o la serie “Los viajes de Juan Sin Tierra”) de CEAR-Euskadi, enmarcado dentro de su proyecto Memorias Compartidas. Tras agotar la primera tirada, Astiberri retoma el proyecto con una nueva edición que mantiene el espíritu del libro (los beneficios van a parar a CEAR, la comisión estatal de ayuda al refugiado). Un libro que, con el estilo y el tono siempre atinados del autor bilbaino, afincado desde hace años en Extremadura, nos alerta sobre la fragilidad de la memoria y recuerda que los exiliados con los que hoy convivimos podemos ser mañana o lo fuimos ayer nosotros mismos. Quizás una de las cosas que llama más la atención en el cómic es que en situaciones de exilio o migración lo que más se echa en falta en ocasiones no es lo material, sino lo emocional, el afecto, los abrazos… Bueno… A mí no me resulta tan llamativo. Lo material es básico para tener un mínimo de dignidad, evidentemente, pero es lo otro, la acogida, el afecto, en definitiva el ser reconocidos como personas lo que nos hace sentirnos integrados en el lugar en el que vivimos. Yo soy un emigrante también, llevo once años viviendo muy lejos de mi tierra natal y si sigo ahí es precisamente por eso, porque me siento bien acogido y tengo un buen círculo de amistades que cuidan lo afectivo. ¿A qué cree que se debe esa falta de empatía emocional con la que a menudo nos enfrentamos a estas historias, a pesar de ser las historias de nuestros vecinos, de gente con quien convivimos? Precisamente a que no convivimos con esas personas. Puede que sean nuestros vecinos de escalera pero, ¿qué sabemos de su vida, de sus problemas, de sus aspiraciones? Mucha gente está dispuesta a creerse cualquier bulo, como que a los inmigrantes se les regalan casas (en serio, no paro de oírlo), pero no está dispuesta a escucharles. Si fuéramos capaces de sentarnos a escuchar los relatos de muchos de ellos, de por qué se fueron de su hogar, cómo fue su travesía para llegar aquí… A lo mejor esa empatía saldría sola. Y lo que es peor a menudo son nuestras propias historias, las de nuestros abuelos, que hemos olvidado muy pronto. Eso me impresiona mucho. Todos somos en última instancia inmigrantes, ¡aunque tengamos los ocho apellidos vascos! No tenemos más que remontarnos más atrás en el tiempo hasta que demos con ese antepasado que vino de otras tierras. Pero es que encima, el pueblo vasco, y aún más el español, ha sufrido el exilio anteayer. Y bien que hablamos entonces de lo mal que nos trataron aquellos o, al contrario, de lo bien que nos trataron los otros… Y ahora, ¿qué papel del relato que narren los refugiados que vienen a nuestra tierra queremos ocupar? En «Asylum» es precisamente la persona que quizás podría tener la memoria más frágil, Marina, quien se ocupa de mantenerla y transmitirla. Las abuelas y los abuelos siempre han tenido ese papel de guardianes de la memoria, es una lástima que hoy en día en nuestra sociedad ni siquiera se les conceda ese rol. Ahí me venía como anillo al dedo la paradoja que se establece con la palabra “asilo”, que significa “lugar de acogida a alguien que sufre persecución” y también tiene el sentido peyorativo del lugar a donde llevamos a nuestros mayores cuando no podemos (o atrevámonos a decirlo: no queremos) tenerlos en casa. Y, sin embargo, las historias de nuestros abuelos son nuestras historias. Llevamos sus historias en nuestros genes, forman parte de nuestras vidas, de nuestras emociones, de nuestras carencias, de nuestras necesidades. Y conocerlas nos ayuda como personas, conocer nuestro pasado es vital para entender nuestro presente. Y eso vale para lo personal, pero igualmente vale para el colectivo, para el pueblo. Desde un punto de vista técnico, ¿cómo ha abordado la historia? En este libro he seguido explorando la técnica de acuarela que ya usé en mis anteriores libros, “Ometepe” y “He visto ballenas”. Aquí, para cada historia he usado solo dos colores, uno frío (gris) y otro cálido en una gradación que iba del amarillo al rojo pasando por el naranja, ocre y siena. Cuando todas las historias se juntan uso todos esos tonos y el resultado, al mezclarse todos ellos, parece una policromía total. La metáfora cromática del libro es precisamente esa, que solo cuando juntamos todas las historias vemos la vida con todos sus colores. ¿Qué le gustaría que lograra transmitir «Asylum»? ¿Cree que el cómic es capaz de humanizar un poco estas situaciones, de despertar esa empatía emocional que a veces nos falta con los exiliados? El objetivo del libro es recordarnos que la memoria del exilio es una memoria compartida por todos los pueblos y que las vivencias que les están tocando vivir a muchas personas ahora son, a nivel interno, exactamente las mismas que nos tocaron vivir a nosotros anteayer… Quién sabe si nos tocarán mañana. Marina dice en un momento al final del libro que los años más felices de su vida los pasó en Venezuela… ¡En el exilio! Es una frase real de la amatxi en quien más me basé para hacer el personaje de Marina. ¿Podrá alguna de las personas que llegan ahora refugiadas a Euskal Herria decir eso alguna vez, que sus años más felices los pasaron aquí? Es una pregunta que me gustaría que se suscitara en quien lea el cómic. MIGRANTES«Puede que sean nuestros vecinos de escalera pero, ¿qué sabemos de su vida, de sus problemas, de sus aspiraciones?»