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DE REOJO

El ritmo


No es fácil saber si el ritmo lo marca la prensa, la judicatura, la policía o los políticos. Pero llevo más de una semana atribulado escuchando a todo quisqui teorizando sobre el humor y sus límites. Me siento rejuvenecido. Es una vuelta a los debates fundamentales de hace treinta o cuarenta años. Pero con un agravante: todo parece una marcha atrás, una vuelta hacia otros puntos políticos que creíamos superados. El eterno recorte de las libertades democráticas básicas pero que se presenta con un aparente adanismo prejuicioso que no es otra cosa que el triunfo de la reacción, de las teorías ultras, del pensamiento tardofranquista.

El humor, la sátira, el chiste procaz, la manifestación libertaria sin condicionantes colocado en una diana jurídica para acojonar. Quizás para lo que sirvan estas sentencias y estos procesos que se producen en la Audiencia Nacional, no se olvide, es para darnos cuenta que jalear a Franco y sus símbolos no está contemplado en el código penal como nada punible, es lo mismo que decir «Gora Eibar», y en cambio bromear sobre el vuelo de un dictador que ayudó a cambiar el destino político de toda España es perseguido de oficio. Y aquí está la clave: se trata de aplicar leyes aparentemente anodinas, de manera partidista e ideológica. No se está juzgando al humor, ni a la sátira, sino al pensamiento. Se les acusa de exaltación del terrorismo y eso es algo muy serio. No es que los lleven a los juzgados por una falta de menosprecio, algo que se solucione con una multa, sino con penas de cárcel y de inhabilitación además de quedar marcado de por vida con antecedentes por terrorismo. Una barbaridad, pero es lo que está marcando el ritmo en estos días y parece que hay una clase política que mira estos asuntos y les parece normales. Ese es el peor síntoma de esta situación.