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Incluso con Trump, hay cosas que no cambian


La política exterior de Donald Trump sigue sin despejar dudas sobre su relación con Rusia, abonadas por la continua revelación de contactos entre el Kremlin y cargos de su Administración. En la guerra siria, el Gobierno estadounidense se mueve entre dejar el liderazgo a otras potencias y continuar con el apoyo a las milicias kurdas en la lucha contra el Estado Islámico, a pesar del disgusto que provoca en Turquía, su aliado y socio en la OTAN. El ministro turco de Exteriores, Mevlut Cavusoglu, llegó a acusar a EEUU, ante el propio secretario de Estado, Rex Tillerson, de «apoyar a una organización terrorista», aunque Washington prefiere no enredarse en polémicas con Ankara.

La marca Trump se deja sentir sobre todo en su relación la Unión Europea, jaleando el Brexit y criticando a sus socios europeos. Pero hay cosas que no cambian. Y Trump lo ha demostrado con tres ejemplos recientes. En febrero escenificó la reconstrucción de las estrechas relaciones con Israel con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

El mes pasado hizo lo propio con el príncipe saudí Mohammed bin Salman, ministro de Defensa y heredero del trono de la petromonarquía árabe, que no ha olvidado el acuerdo con Irán.

Y ayer confirmó la amistad con el régimen egipcio al afirmar que el general golpista Abdelfatah al Sissi, que ha superado la represión de los tiempos de Mubarak, está haciendo «un trabajo fantástico» y que quiere aumentar su apoyo militar al Estado que ya es –después de Israel– su mayor beneficiario.