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JO PUNTUA

El acorazado Potemkin


Algo decíamos en la anterior entrega –de lo que presumimos una trilogía en el Centenario de la Revolución de Octubre– sobre la Revolución –fallida– de 1905 (y la de Febrero de 1917 que tumbó el zarismo) en que tuvo lugar el célebre episodio del motín del acorazado Potemkin a orillas del Mar Negro.

Cinta realizada por el baltojudío Serguei M. Eisenstein (Riga, Letonia, 1898) en 1925 contando 27 años y por encargo del Gobierno soviético (como el Gobierno de la República encargó un cuadro a Picasso y salió el “Guernica”) para conmemorar el 20 aniversario de esa revolución.

Ríos de tinta se han escrito sobre esta magna obra por lo que nos limitaremos a recomendar su visión propedéutica deteniéndonos en dos, vale decir, «anécdotas» que señalara Georges Sadoul.

En la retina de los buenos –y viejos– cinéfilos persisten, sobremanera, dos secuencias del film: la lona con que son cubiertos los marinos en la popa del buque para ser fusilados (amotinados al ver la provisión de carne llena de gusanos) y la celebérrima escena de la escalinata de Odessa. Eisenstein, fiel a la verdad histórica, se tomó dos «libertades»: primera, nunca se cubría con una lona a marinos rebeldes para su ejecución. Si alguna vez se había empleado alguna lona –con las que cubrían los cañones– fue para colocarla a los pies de los condenados a fin de que su sangre no manchara el puente del barco, así de finos eran. Eisenstein no hizo caso de este detalle histórico (Engels no lo hubiera aprobado) pasando por veraz para siempre (Engels lo habría aprobado).

Y, segundo, relativo a la escalinata de Odessa y la matanza de inocentes por robotizados cosacos, no hubo tal. No es algo histórico. Masacre sí hubo, pero en los suburbios de Odessa (que estaba en huelga en plena guerra ruso-japonesa), no en la célebre escalera interminable –fruto del montaje– con escenas de horror antológico con primeros planos emotivo-simbólicos.

Eisenstein se permitió este par de «licencias» haciendo suya la frase (que cita Sadoul) de Goethe: «en bien de la veracidad uno puede permitirse desafiar a la verdad».