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IKUSMIRA

Incoherencias insalvables


Algo así me pasa con mi nieta de cinco años. Desde muy pequeña le encanta disfrazarse, maquillarse, vestirse con lo que sea más llamativo y colorido y si tiene lentejuelas y brillantes, mejor que mejor. Además no se corta un pelo y si puede, va así a la ikastola o a la plaza del pueblo, vamos sin ningún sentido del ridículo. Solemos comentar en familia que viene predestinada para la farándula.

Con estos gustos, claro está, su fascinación por las ropas de princesitas y otras ñoñadas es manifiesta. Y ahí viene «mi» contradicción, que no la suya, porque me doy cuenta de que en ella es algo natural. Una que siempre ha estado contra la cosificación de la mujer, que ha vetado la Barbie a su hija y que se empeña en elegir regalos pedagógicos se enfrenta en muchas ocasiones al dilema de ceder o no.

Dicen que las amonas estamos para malcriar a los nietos y que corresponde a los padres ocuparse de la correcta educación de sus hijos. No estoy de acuerdo, entre otras cosas porque los niños que tengo en mi entorno ya van sobrados de objetos, juguetes, salidas y ropitas y quizás no tanto de otros valores mucho menos consumistas.

Pero, claro, cuando las pocas veces que estamos juntas y me pide que le ponga un juego en el ordenador, decirle siempre no al de peinar o maquillar a una muñeca, o me pide que le pinte las uñas y contestarle que yo no uso esmalte, resulta frustrante.

¡Al carajo! A riesgo de comerme la bronca de mi sobrina militante feminista, este fin de semana le he pintado las uñas de verde fosforito. Se ha quedado supercontenta y yo… arrastrando una contradicción más.