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Contrapelo


La unanimidad me da miedo. Siempre me ha parecido sospechosa, pero ahora me produce pavor. En algunos ámbitos más que en otros. En el arte tiende a producirme una risa escéptica y festiva que pronto sin embargo se me va convirtiendo en una especie de rictus de perplejo temor. Afirmar que desde hace demasiados años las novelas del reverenciado y flamante Premio Cervantes Eduardo Mendoza no pasan de ser un ligerísimo y olvidable divertimento resulta una herejía. Lo mismo cabría afirmar de otras tantas vacas sagradas de nuestras letras, de éstas y de aquellas. Rarísima es la gran novela que haya sido acogida con los brazos abiertos por el público y la crítica, más bien ha sido siempre lo contrario: históricamente las grandes novelas han sido rechazadas airadamente o ignoradas porque acarician a contrapelo a su sociedad, y ésta se revuelve o se aparta.

No he leído “Patria” –ni tengo planeado hacerlo–, pero estoy del libro y de su autor hasta el gorro. De Vargas Llosa a Isabel Coixet pasando por Iñaki Gabilondo, de El País a La Razón pasando por el ABC o El Mundo, todos la ensalzan hasta el atragantamiento. El donostiarra-alemán Fernando Aramburu aparece hasta en la sopa: firmando libros aquí, dedicando libros allá, charlando con sus lectores acullá, pontificando de esto y de lo otro, escribiendo en un diario y en otro. ¡Puf! He leído alguna de sus novelas y de sus relatos y de sus artículos y hasta de sus poemas, y este antiguo iconoclasta y experimental activista me ha parecido siempre un escritor valorado muy por encima de sus merecimientos. Así que si suscita tantísimas y tan hiperbólicas loas, tratando de lo que trata, mejor me abstengo. Y sospecho. Y temo kafkianamente. Y pido auxilio.