GARA Euskal Herriko egunkaria
CRÍTICA «La wedding planner»

Hasta que la infidelidad nos separe


Reem Kherici, directora, co-guionista y co-protagonisa de la película que ahora nos ocupa, es una celebrity en el Estado francés. Ahí nació, pero sus orígenes familiares los encontramos en Túnez e Italia. De esta mezcla cultural surgió su primer film como realizadora. “París a toda costa” bebía de una temática típicamente gala: el difícil encaje de varias naciones en una sola. Dolor de cabeza a nivel gubernamental; motivo de risa en la esfera individual.

Para su segunda película, Kherici tira de preocupaciones más terrenales. ¿Vulgares? No necesariamente, pero en sus manos, sí. “La wedding planner” es, dígase ya, una de las peores cintas del año. Un caso tan flagrante de comedia fallida que merece ser rescatado ya solo por lo claro que deja todo lo que no hay que hacer para provocar carcajadas en el patio de butacas. El balance de daños está encabezado por un “¿Por dónde empezar?”. Veamos:

La historia empieza con una fiesta de disfraces. El chico va vestido de Superman; la chica de Wonder Woman. Dicha coincidencia, mezclada con mucho alcohol, les hace mucha gracia, y claro, acaban haciendo el amor. El problema es que el superhéroe de la capa tiene novia, y cuando esta está a punto de descubrir la infidelidad, el hombre sale del paso proponiéndole matrimonio. Lo típico. Para rizar el rizo, resulta que la organizadora del bodorrio, es ni más ni menos que la “Wonder Woman” de antes. Vale.

Aun dando por buena la carambola, la película cae por el peso de su propia incompetencia a la hora de dar sentido al único material con el que pretende construir la propuesta. El gag como búsqueda desesperada de la sonrisa pasajera; como eximente (que no computa) para evitar profundizar en los personajes y las situaciones que viven. Las bromas, ya sobre el papel, no acaban de convencer; en la pantalla, mucho menos. Kherici calcula tan mal los tempos que convierte cualquier ocurrencia en meada fuera de tiesto. Tanto, que su pretendido gamberrismo en el análisis del compromiso (pre-)conyugal, desemboca en una visión híper-conservadora del rol de la mujer en un mundo que, de repente, parece haber retrocedido ocho siglos. Ni puñetera gracia, vaya.