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DE REOJO

Lo siento


No sé en qué parte de la caravana se encuentra usted, pero debe decirle que tras husmear el monte bajo, descifrar las isobaras y sumergirme en el lenguaje administrativo de algunos comunicadores del tiempo, lo siento mucho, pero se acabó. Han empezado los anuncios de coleccionables y esa es la señal definitiva. Ya no hay vuelta atrás. Entramos en la fase depresiva. Ni la vendimia nos va a salvar. Nos quedan cuatro fiestas tardías, un clima inestable, pero empiezan a oler a pan nuevo los amaneceres y suenan las campanillas de los patios que están afinando para empezar el curso.

Por eso me agarro a unas cuantas imágenes de esas que no acaban de romper la inercia pero se convierten en una suerte de placebo. Los abrazos. Un abrazo puede ser un alivio. La de los padres del niño muerto en Las Ramblas con el imán provisional de Rubí, su ciudad natal, es significativa. Tengo que utilizar toda mi capacidad de credulidad para no empezar a encontrar fallos del guion, pero me sirve. Nos tenemos que agarrar a cualquier tabla. Esas palabras del padre: «Tengo necesidad de abrazar a un musulmán», me parecen gloriosas. Algún día, más reposado, las descifraré, las elevaré a categoría de mensaje de paz o me quedaré en la resistencia pasiva. Y en las propias Ramblas se nos muestra a un joven musulmán dando abrazos a todos cuantos quieran. Es un ejercicio sano. Y si no se grabasen y nos los convirtieran en propaganda serían más eficaces.

Lo siento una vez más, no hay muchas soluciones. Mañana se acaba el tiempo de las unidades forzadas, de las manifestaciones casi floridas, de los gestos conciliadores. La maquinaria que genera la miseria ideológica de la extrema derecha española está ya engrasada y van a intentar convertir todo en un infierno, en una duda constante. Se acabó la tregua.