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«El museo de las maravillas»

Ocurrió en uno de esos lugares mágicos


En Cannes no fue bien recibido este filme a través del cual Todd Haynes se aleja aparentemente de las rutas que había recorrido con anterioridad. En muchos titulares se avanzaba la máxima de que el autor de películas como “Lejos del cielo” o “Carol” se había pasado al «lado oscuro», a un estilo de cine comercial muy descarado, lo cual siempre tiende a ser demonizado por los amantes de un cine de autor que jamás perdona a quienes pretenden dar con nuevas vías creativas mediante recursos diferentes. En el caso de “Wonderstruck” parece que el diseño visual y la temática figuran como la principal «traición» cometida por Haynes o, simplemente, porque ha abordado una historia infantil desde una óptica de cuentos para antes de dormir. Bifurcada en dos sentidos que siempre tenderemos a relacionar en sus conclusiones, narra las peripecias –en blanco y negro– de una niña sordomuda de los años 20 que buscará en una enigmática actriz de cine silente la madre que siempre mantiene viva en su libro de recuerdos. La otra narración transcurre en los 70 y sigue los pasos de un chaval de la américa profunda que, tras la muerte de su madre, emprende la búsqueda de un padre al que no conoce. El niño, fruto de un accidente, se ha quedado sordo lo cual cierra el círculo comunicativo entre los dos pequeños protagonistas de un filme cálido y emotivo y que coquetea constantemente con el poder de fascinación que encontramos en lugares que tendemos a relacionar con lo fantástico. En ambas rutas asistimos a un paisaje luminoso en el que el despertar a la vida comparte juegos y anhelos con la esperanza de un encuentro.

Tras un arranque que a ratos puede resultar un tanto atropellado y en el que el cineasta recurre a la animación para subrayar su declaración de intenciones, el filme seduce progresivamente a través de un pulso en el que las emociones jamás resultan altisonantes, al contrario de lo que ocurre cuando las pisadas se amplifican a través del eco que recorre las salas del Museo de Historia Natural de Nueva York. Una escenografía que queda subvertida hasta pasar a formar parte de uno de esos rincones fantásticos en los que lo improbable otorga a la realidad su verdadero sentido.

Haynes ha entendido a la perfección lo que el escritor Brian Selznick planteaba en su obra y ello queda de manifiesto en una recta final fascinante. En mitad de este cruce de caminos en el que dos niños juegan con sus anhelos, topamos con la solvencia de una Julianne Moore que en esta su quinta colaboración con Haynes se descubre como la excelente actriz que es mediante un rol muy necesario para que la historia nunca quede huérfana de emociones. La cuidada puesta en escena que diferencia cada una de las épocas, el tempo narrativo y la perspectiva casi onírica de los niños, rubrican un acercamiento a la infancia desde una óptica que si bien puede resultar fría y distante en su arranque, o tal vez poco original en algunos conceptos, termina por seducirnos.