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En pecado


Del mismo modo que el grave asunto de los abusos sexuales sacudió a la Iglesia, ahora se ceba con el mundo del espectáculo. Y me parecería estupendo si no se quedase ahí, y alcanzara también a otras profesiones no tan miradas con lupa. Porque a los religiosos se les vigila por su manifiesta hipocresía, ante la incapacidad de predicar con el ejemplo. Y a los del cine por exactamente lo mismo, pues se han pasado la vida mirando a otro lado ante este tipo de conductas dentro de un corporativismo tan interesado como mal entendido.

Lo de Weinstein o lo de Spacey era un secreto a voces, y basta que se haya hecho público para que se disparen las acusaciones que antes no pasaban de veladas. A la prensa sensacionalista le funcionan mejor los casos de sacerdotes pederastas o de productores de cine abusadores, por desprender un mayor morbo que el gerente de supermercado que acosa a una cajera o el médico del consultorio local que se sobrepasa con algún paciente.

El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, y que no sean únicamente las celebridades de la pantalla las merecedoras de la lapidación y el escarnio informativos. Las gentes anónimas también son denunciables, aunque cometan sus actos sexistas en rincones apartados de nuestra común existencia. En Hollywood y otras industrias cinematográficas que purguen lo que tengan que purgar, pero que sirva por lo menos de ejemplo a otros oficios varios.