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La escena final de «El club de la lucha»


Con la violencia con la que se derrumba una ciudad con bombas en sus pilares, como en la escena final de “El club de la lucha”, con la canción de Pixies sonando a todo volumen, hipnóticamente. Así resonó ayer en toda Europa la decisión de un tribunal alemán de liberar a Carles Puigdemont. Un sonoro tortazo con la mano abierta, sin mucha violencia, mucho más humillante que lacerante, pero certero.

Hablemos, pues, de violencia. Ojo, en el Estado español sin violencia no todo es posible. Eso ha quedado claro en Catalunya. Pero en Europa con violencia todo tampoco es posible. Ni para los Estados. Eso le debería haber quedado claro al Estado español en Alemania, Bélgica, Escocia… Puede que no reconozcan una nueva república que pone en duda la débil estabilidad de las estructuras continentales. Pero no te van a seguir cantando hacia las cataratas. A quién y a ti, decrépito y problemático Estado.

Lo más sorprendente de los poderes españoles es que no entienden nada. Primero decidieron dar un escarmiento público a la ciudadanía de Catalunya partiéndole la cabeza mientras esta se dirigía pacíficamente a votar. Se sorprendieron de que el mundo les mirase mal por hacerlo. El resultado del referéndum fue espectacular pero no definitivo, y el establishment europeo cerró filas. Es la estabilidad, es el diferencial del 5% del PIB, es que Italia puede ir detrás. Madrid se envalentonó y se deslizó por la pendiente autoritaria. La escalada ha sido sideral. No les bastaba con ganar, querían humillar a los catalanes.

Los poderes españoles están como una cabra. Han ido a Europa como el protagonista de la citada película, dándose de hostias en la cara a sí mismos y diciendo que era una pelea. Con la épica de un majara, con la ética de un majadero. Y, educadamente, les han explicado qué es violencia y qué no. ¡Zasca!

Hoy, el sonido de la puerta de la celda de Puigdemont marcará el final de la «doctrina Llarena». Un juez que venía a socorrer al Estado, la parte inteligente de esos poderes, ha terminado por implosionar el estado de derecho. Mientras, uno al que llamaban loco, saldrá hoy libre y como cuando fueron a votar, dirá las palabras más sensatas: «Por la democracia y por la libertad». Mientras, en Madrid resuena «Where Is My Mind?». Tristemente, no cabe esperar cordura, tan solo más cólera.