2018 API. 12 IKUSMIRA El hacha provocadora Amaia Ereñaga Periodista En 2006, y a sus jóvenes (por irreverentes) 86 años, el poeta, matemático y físico chileno Nicanor Parra (1914-2018) removió las tripas de su país con su retrospectiva “Obras públicas”, expuesta en el centro cultural La Moneda de la capital. Entre los «artefactos» que colgó el creador de la «antipoesía» o «poesía del pueblo» y hermano mayor de la folclorista Violeta Parra estaba “El pago de Chile”, una obra que reproducía fotos a escala de todos los presidentes chilenos colgados de sogas por el cuello. Aquello provocó el despido de la directora del centro, el mosqueo de la ministra (entonces gobernaba Michelle Bachelet) y una riada de visitantes inimaginable (6.000 visitas diarias) en una exposición de arte. Aquella provocación buscaba remover conciencias, porque el papel del arte, no lo olvidemos, es hacer reflexionar y causar una reacción. Y al diablo con los prejuicios. Véase “Presos políticos”, de Santiago Sierra, censurada en Arco hace nada. Experiencia subjetiva absoluta, la lectura de cada persona enfrentada a un artefacto artístico es diferente; su significado nunca es el mismo. La reflexión viene a cuento de la llamada a rebato de colectivos como Covite ante la inauguración en Baiona, en el primer aniversario del desarme de ETA, de la escultura “Arbolaren egia”, de Koldobika Jauregi, ante cuya visión solo se ve «propaganda» o «perpetuación de la simbología de ETA». Cada uno ve lo que quiere, está claro, y más si decide verlo de esa determinada manera. La cuestión es que nadie puede arrogarse la facultad de dar la visión única. Tampoco de la memoria.