TAV: hechos consumados, tragedias evitables

La pasada semana, la consejera del Gobierno de Lakua Arantxa Tapia y el delegado del Ejecutivo español en la CAV, Jesús Loza, mantuvieron un sonrojante cruce de declaraciones sobre el plazo de terminación de la «Y vasca», después de que Tapia se quejara de que el relevo en La Moncloa supondrá un retraso de dos o tres meses en una obra que quiere ver terminada en 2023. Mientras, en Nafarroa la Administración estatal, impelida a ello por UPN, ha reiniciado los trabajos considerando que no es tolerable el parón de los últimos tres años. Un absurdo más, porque el Convenio Sanz-Blanco de 2010 ya estipulaba que el «corredor navarro»&flexSpace;debía estar terminado en 2015 y fue una suerte que no se cumpliera, porque el tramo Castejón-Iruñea hubiera quedado como un islote, sin conexión hacia el norte ni hacia el sur.

Mientras corren y corren forzando una y otra vez calendarios que saben imposibles, ninguna de las administraciones referidas ha visto conveniente posicionarse o tomarse medidas tras las muertes de dos trabajadores de la «Y vasca» en solo diez días, en Zornotza y Zizurkil. Con ellos ya son nueve los fallecidos en este macroproyecto desde 2008, casi uno por año. Como GARA recogió ayer, en su mayoría eran muertes a todas luces evitables: el fallecido el martes en Aduna trabajaba en una subcontrata de otra subcontrata, el camionero muerto en 2011 en Tolosa se precipitó por un talud cuando trabajaba de noche, al que pereció en 2010 en Albertia le hacían destruir explosivos tirándolos al fuego desde seis metros, la víctima mortal del siniestro de Luku en 2008 fue aplastada cuando operaba de forma incorrecta y sin supervisión...

El TAV se vende como un proyecto de tecnología punta pero se construye como hace décadas, prescindiendo de garantías mínimas de seguridad. Y es imposible separar estas tragedias de la obsesión por convertir la obra en un hecho consumado, irrebatible, cueste lo que cueste, en presupuestos y hasta en vidas humanas.