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LOLA VILLABRIGA
HERIDA POR «FLASH-BALL» EN LA PROTESTA CONTRA EL G7 EN BIARRITZ

«¿Habrá que salir a manifestarse con chaleco antibalas acaso?»

Ha pasado una semana desde el impacto de pelota que le rompió la mandíbula y dos dientes en Biarritz, y la estudiante de arte Lola Villabriga, 18 años, combina el dolor con la rabia y la incomprensión. No entiende semejante agresión, que además vio intencionada.


Las cargas que el martes pasado abrieron paso en Biarritz al ministro de Exteriores, en la cita previa a la cumbre del G7, le rompieron la cara a esta estudiante de 18 años a la que ha entrevistado ‘‘Mediabask’’ (la traducción es de GARA). Llueve sobre mojado tras el caso del baionarra Antoine Boudinet, mutilado por una granada policial poco antes en Burdeos.

¿Cómo se encuentra ahora?

Mucho mejor, creo que lo más difícil ya ha pasado. Los primeros días fueron los más complicados, aunque ciertamente en el primer momento pensé que no tenía gran cosa y solo había perdido un diente. Lo más duro fue justo antes de la operación. Y también dos días después, porque la cara estaba realmente deformada y no me resultó fácil verme en el espejo.

¿Tendrá que someterse a más operaciones?

Sí. Desde luego una intervención será necesaria para quitar las placas que me han puesto, una vez que la mandíbula se haya recuperado. Y después quizás otras para reparar los dientes. Iremos viendo.

¿Puede masticar?

No. Si masticara, existe riesgo de que rompa esas placas. Me toca alimentación líquida durante 45 días.

 

¿Le quedarán secuelas visibles por la herida?

En condiciones normales, no. La cirujana hizo buen trabajo con los puntos; parece que no se notará nada. Me reconforta. Me digo a mí misma que tuve suerte.

¿Cómo fue el momento?

En el momento no entendí nada de nada. Estábamos en la playa, yo de pie en un banco, y empecé a grabar con mi pequeña cámara. En aquel momento sentí el golpe de flash-ball en la cabeza. No vi que pasara nada, no había tumulto, ni movimiento. Los CRS estaban agrupados, pero todos nosotros estábamos ya muy dispersos, en grupos pequeños, por calles diferentes... Habían lanzado gases arriba, junto a las galerías Lafayette.

Al principio, ¿no sintió dolor?

No. No me caí, ni perdí el conocimiento... Simplemente me incorporé en el banco y me eché la mano a la herida. Vi que un médico venía directamente hacia mí, por suerte. El camión de bomberos también había llegado. Mi amiga corrió hacia él, lo detuvo y me evacuaron ahí.

Había visto imágenes de cargas en las que por un disparo de flash-ball un manifestante había perdido todos los dientes. Mi acto reflejo entonces fue pasarme la lengua y sentí que había perdido solo uno, eso me tranquilizó mucho. Lo que no entendía era por qué me habían pegado; yo me sentía muy segura, precisamente porque estaba sola, no en un grupo, y además a la vista, a cierta altura...

¿Quiere decir que siente que el policía la atacó directamente?

Sí, es lo que creo. No lo vi, pero sí sentí de donde venía el disparo de flash-ball. Lo primero que me dije fue que me habían disparado a la cabeza porque estaba grabando. Y no lo entiendo.

¿Le gustaría saber quién fue, quién le disparó?

Sí, quiero saberlo, aunque seguramente no podrá ser. Como mucho tendremos alguna compensación... Eso es lo triste. Me gustaría saber que el CRS que me disparó ya no volverá a ejercer, que lo pagará... y no que la humillada sea yo. Realmente en ese momento quería ir adonde estaban, mostrarles qué habían hecho, estaba indignada. Pero creo que nunca llegaré a saber quién es. Y me molestaría también que el castigo que tenga sea solamente no usar flash-ball, como un niño al que le quitas los videojuegos. Creo que los CRS están demasiado armados.

¿Tiene intención de presentar alguna demanda?

Frédéric VILLABRIGA (padre de Lola): Por ahora estamos entablando contactos e intentaremos que sea con calma y discreción. Creo que habrá alguna demanda, pero dependerá de los elementos que tengamos.

¿Cuál fue su reacción al saber lo que pasó?

F.V: Ira. Si hubiera estado allí, probablemente hubiera tenido un arrebato violento, me habría enfrentado a ellos, aunque sé que estaría mal. No puedo aceptar esto. No entiendo que en una manifestación así, en la que hay desde jóvenes a jubilados, que no están armados ni llevan casco, que no lanzan bolas de petanca, se dispare de este modo. No veo dónde estaba el peligro para la Policía, ni para el mobiliario urbano. Me deja sin palabras; me hace un nudo en la garganta.

Lola, ¿le sorprendió la cantidad de policías que había ese día?

Por supuesto que sí. Estaban vestidos de civil, entre la multitud, pero también había otros con capucha... estaban en todas partes. Me sorprendió, sí. Se notaba que estaban preparados, pero ¿preparados para qué? ¡Si simplemente habíamos salido a protestar! Cuando me subí a ese banco para filmar, vi que eran muy numerosos, estaban en los tejados, armados hasta los dientes, encapuchados, con los cascos puestos.... Todo resultaba muy impresionante, y más aún comparado con nosotros. En ese momento debía haber solamente ahí unas cinco personas corriendo por la playa e intentando pasar. Fue ridículo lo que hicieron. No estábamos armados, nada podía pasar.

¿Sabe si hubo más heridos?

Sí. La amiga que me acompañó al hospital me dijo luego que en la sala de espera había un señor que debía tener unos 70 años y que había recibido también un tiro de flash-ball en la espalda.

El alcalde de Biarritz la visitó en el hospital...

Vino como político, como si tuviera sentimiento de culpabilidad. Pero sentimos que no sabía bien qué decir. Me miró la boca golpeada y se encogió de hombros. En un momento dado, me dijo que no tenía de qué avergonzarse, que no era culpa suya. Es todo lo que me dijo. No me preguntó cómo estaba yo, ni qué estaba haciendo en la manifestación, ni si lo merecía o no... Cuando se marchó, tres minutos después, me dijo también: «Si necesita algo, ahora o más tarde, hágamelo saber». Creo que se asustó por la imagen que daba esto de su ciudad.

Esto que ha ocurrido, ¿le disuade quizás de volver a protestar en la calle?

No, no, al contrario. Pero sí me hace darme cuenta de que cuando las personas van a manifestarse, pueden acabar así, como yo. Solo llevaba unas gafas de sol, una bufanda... nunca pensé, y especialmente en Biarritz, que fueron a disparar flash-ball. Me pregunto ahora cómo hay que ir a manifestarse, ¿con chaleco antibalas acaso?

Y mientras, no se habla de esto en la tele. Vemos a Edouard Philippe hablar de violencia seria contra la Policía, y eso está bien, pero hay que hablar también de las personas que son asesinadas o heridas por armas policiales. Realmente son heridas de guerra, son armas que te deforman. Es repugnante.

¿Volverá a la escuela de arte?

Sí, ahora estamos de vacaciones, pero volveré. Allí todos me están apoyando. Y no me voy a avergonzar por tener que regresar a clase con una cicatriz o sin algunos dientes.

 

«Flash-ball» o foam, pelotas «no letales» en entredicho desde Marsella a Barcelona

Las «flash-ball» son básicamente un invento francés, cuyo uso han generalizado todas sus policías desde las revueltas de las «banlieue» en 2005. En formato similar están siendo implantadas por los Mossos d’Esquadra catalanes o la Ertzaintza y la Policía Foral en Euskal Herria en sustitución de las pelotas de goma clásicas, especialmente a raíz de la muerte de Iñigo Cabacas en 2012.

¿Cuál es la diferencia? Básicamente que el material es más blando –generalmente foam prensado, un tipo de espuma muy consistente–, lo que hace que se deformen al producirse el impacto y aparentemente este sea menor. En los manuales policiales estos proyectiles se definen como «no letales», pero ya hay algún caso en que han provocado muertes y tampoco cabe olvidar que lo mismo se decía de las pelotas de goma, como alegaron ertzainas en el juicio de Cabacas.

Así, en 2017 un policía marsellés llamado Xavier Crubezy, de 39 años, fue condenado a seis meses de cárcel por el disparo de «flash-ball» que acabó con la vida de un hombre llamado Mustapha Ziani, de 45, al reprimir una protesta laboral. La autopsia determinó que el impacto había sido la causa «exclusiva y directa» del fallecimiento.

En el juicio, el debate se centró en la distancia con que se puede disparar con ese arma. Según la instrucción de la Policía francesa, debe ser de siete metros como mínimo, lo que supone prácticamente a bocajarro (por dar un dato comparativo, tras la muerte de Cabacas la Ertzaintza subió este mínimo de 25 a 35 para las pelotas de goma). En consecuencia, afectados y colectivos han denunciado que en la práctica las policías francesas usan estos proyectiles como sustituto de las porras, porque les permiten golpear de muy cerca, pero evitando el contacto físico directo.

Para cuando se produjo ese juicio de Marsella ya se contabilizaban 42 heridos graves por «flash-ball», incluido alguno que había perdido un ojo. Ahora la cifra ha crecido mucho por las cargas contra los «chalecos amarillos». En Toulouse, un manifestante quedó en coma por un impacto así el 1 de diciembre.

Más recientemente, el jueves, a un joven se le extirpó un testículo en Barcelona. Ocurrió a raíz, según su testimonio, de un pelotazo de foam de los Mossos d’Esquadra. Los médicos dijeron no poder confirmar el motivo. La retirada de las pelotas de goma fue aprobada por el Parlament en 2014 tras casos conocidos de mutilación de ojos, como el de Esther Quintana, pero las pelotas de foam tampoco son inocuas.

Las policías vascongada y navarra han adquirido material de este tipo en vez de las cuestionadísimas pelotas de goma. La Ertzaintza comenzó a probar las de foam prensado en 2012. La Policía Foral reveló en 2016 (tras el acuerdo programático del cuatripartito que determinó suprimir las de goma) que había sido instruida al respecto por la Policía autonómica de la CAV en unas jornadas en Iurreta. Ramón SOLA