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DE REOJO

Sinceridad


Parece que no está bien cotizada la sinceridad, ni en la vida privada, ni en la pública. Ni con amistades y familiares, ni en asuntos políticos. Ahora se estila más la mentira, la ambigüedad, el circunloquio, la lengua de trapo y el éxtasis del nunca más. Por eso salta a los titulares la presencia de Marc, un nieto con estética punk del artista catalán Antoni Tàpies, que va a ese programa tan carpetovetónico, pero con titular inglés, “First dates” en busca de minutos de gloria o de placer y asegura que su abuelo hacía un arte muy raro que nadie lo entendía. Y redondea, «no me imagino ni cómo lo entendía él». 

El muchacho, músico, joven, se quedó tan tranquilo. Dijo muchas más cosas en su tiempo, pero se ha remarcado este pasaje por lo que tiene de ajuste de cuentas con el arte contemporáneo, además de una gran figura catalana, que ayuda a mantener la ignorancia por encima de cualquier otra duda. Y la sinceridad como elemento de cambio.  Sucede igual con Rodrigo Rato. Su aparente sinceridad es soberbia. Trata a la fiscal como si fuera una alumna o peor aún, una diputada de un partido que no sea de su banda.  Su displicencia es culposa. Su tono esconde la supuesta sinceridad de un traidor vengativo. No hace falta ser muy avispado para entender que dice muchas verdades, que las dice saliendo del talego, donde está cumpliendo condena, que intenta aliviarse y finge sinceridad. Exactamente igual que la obligada sinceridad de los artistas que fueron pillados por el carrito de Hacienda y han debido devolver unos cuantos cientos de miles de euros, y en casos hasta millones. Paco León se sinceró con Broncano. Concha Velasco con el mundo. A Màxim Huerta le costó su carrera política, para bien de la cultura. La lista es interminable. Sinceros y trileros. No le digas a nadie que ha engordado.