2019 API. 07 PROCESO DE REINCORPORACIÓN DE EXCOMBATIENTES DE LAS FARC-EP DE LA ELVIRA, EN COLOMBIA, A LAS AULAS DE EUSKAL HERRIA La cita es en la ikastola Udarregi de Usurbil. En sus aulas, excombatientes de las FARC y miembros de la comunidad observan el trajín de los alumnos del tramo de Infantil. Toman notas, preguntan y experimentan como un niño más. Tras su visita a Euskal Herria, viajarán a Italia y Catalunya. El objetivo, extraer enseñanzas aplicables en el ETCR La Elvira, donde en mayo quieren abrir una guardería de 0 a 5 años. Ainara LERTXUNDI El Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) La Elvira está ubicado en el departamento del Cauca, en Colombia. Desde ahí, excombatientes de las FARC-EP y representantes de la comunidad han viajado a Gipuzkoa y Bizkaia, donde durante dos semanas visitarán varios centros escolares para conocer de cerca su modelo educativo. Tras esta primera parada en Euskal Herria, se desplazarán a Italia y Catalunya para aprender también de sus experiencias didácticas y pedagógicas. Un viaje al interior del mundo infantil con la mirada puesta en la guardería que desean abrir el próximo mes de mayo para niños y niñas de entre 0 y 5 años. Un proyecto impulsado por la Cooperativa La Esperanza, formada por excombatientes y miembros de la comunidad e integrada en la red de cooperativas Ecomún –creada por las FARC en el marco de los acuerdos de La Habana para facilitar la reincorporación económica y social de los exguerrilleros–. Esta iniciativa piloto cuenta con el apoyo de la cooperativa italiana Noncello de la región Friuli Venezia Giulia y de la organización International Action for Peace, y de agentes de Euskal Herria. Nueve de la mañana, ikastola Udarregi de Usurbil. Divididos en grupos, Juan Camilo Londoño –miembro del Consejo Directivo de Ecomún–, Luz Dary Suárez, Carmen Milbia Guetio, Darly Elizabeth Sánchez, María Isabel Fernández y Luz Miryam Ortiz se adentran en las aulas de Infantil para desde la distancia observar, preguntar y tomar notas, mientras niños y niñas se mueven a sus anchas, juegan, saltan, experimentan, intercambian, atienden las explicaciones de la irakasle y aprenden jugando desde la libertad y la creatividad, columna vertebral de la metodología basada en la «pedagogía de la confianza». GARA les acompaña en la visita. «En Colombia, solo las clases privilegiadas pueden acceder a un modelo pedagógico de calidad orientado a despertar la creatividad de los alumnos, a fomentar la toma de conciencia de estos, a descubrir sus vocaciones. En mi país, las clases trabajadoras no tienen posibilidades de acceder a este tipo de educación. La escuela pública allí está concebida a modo industrial: cuantos más niños mayor subvención. En cada aula puede haber entre 50 y 60, con su pupitre y su pizarra, siguiendo las pautas tradicionales. Además, aún impera un enfoque contrainsurgente y de sumisión a los dictados del capital», remarca Londoño, mientras improvisa un dibujo sobre un folio en blanco. Parte de su niñez y la juventud las pasó en las FARC-EP. Fueron 14 años empuñando un fusil. Luz Miryam Ortiz, de 37 años, sujeta en brazos a su niño de casi dos, exhausto tras corretear por el aula como uno más. Es su segundo hijo, nacido en pleno «baby boom» tras la firma de los acuerdos de La Habana el 24 de noviembre de 2016. Fueron bautizados como «los hijos de la paz». Una paz que, pese a sus imperfecciones y a los contantes incumplimientos por parte del Estado, le está permitiendo vivir la maternidad en su plenitud y disfrutar de la crianza a la que tuvo que renunciar en tiempos de guerra, cuando nació su primer hijo. Iba a cumplir 15 años cuando entró en las FARC. Al poco se quedó embarazada «por un fallo en la planificación. Es falso lo que dicen los medios de que nos obligaban a abortar. A mí me apoyaron. Tuve a mi hijo», recuerda. Confió su cuidado a allegados. Tenía solo tres meses. La siguiente vez que lo vio fue cuando tenía ocho años, «pero me conoció. Afortunadamente, quienes lo criaron le dijeron quién era su madre, dónde estaba y el porqué de la lucha de sus padres. No le negaron su identidad ni su derecho a la verdad, como sí ha ocurrido con otras compañeras combatientes. Volví a ver a mi hijo hace un año, a los quince. Pensaba que no podría encontrarlo o que me rechazaría al verme. Pero no ha sido así. Con este segundo, estoy viviendo todo lo que no pude con el primero». Como sus compañeros, Luz Dary Suárez entró en las FARC-EP siendo menor. Se mantuvo en la lucha armada durante 17 años. Niega con contundencia que fuera reclutada por la fuerza. «Las circunstancias y la guerra me llevaron a la guerrilla, pero de un modo consciente. Las FARC fueron la casa que no tuvimos, fueron nuestro abrigo», subraya. Denuncia que en Colombia «la educación aún tiene un enfoque de guerra y solo estudia quien tiene dinero. Nosotros queremos formar niños para la paz», superando «la doctrina contrainsurgente y el lenguaje de odio que aún vemos en algunos medios». A Darly Elizabeth Sánchez la etapa abierta tras los acuerdos de La Habana le ha permitido conocer a la persona que hay detrás de cada (ex)guerrillero y guerrillera y las motivaciones que les llevaron a empuñar las armas. Siente frustración por los incumplimientos del Estado. «No es un acuerdo para las FARC, sino para todo el pueblo», destaca. Se lamenta de que las comunidades no conozcan su contenido y que ese desconocimiento lleve en muchos casos a no defenderlo. «Al Gobierno no le interesa que se conozca y no se ha hecho una pedagogía adecuada», incide. Asegura que, en su caso particular, los acuerdos de paz le «han cambiado la vida, porque he podido conocer la parte humana y bonita de los exguerrilleros, de quienes solo sabía lo que decían los medios de comunicación. Me han permitido conocerlos, hablar con ellos y comprender las causas por las que tomaron las armas. He podido acercarme a esa otra Colombia que no nos enseñan y que quieren borrar. Pretenden que el país no conozca la verdad». «A nosotros, los excombatientes, nos han acercado a la población civil. Organizamos talleres conjuntos y a través de ese diálogo mutuo hemos derribado muchos mitos y prejuicios», añade Luz Miryam Ortiz. «Si estuviéramos todavía en armas, no estaríamos hoy aquí. Este es otro de los aspectos más positivos de los acuerdos, con los cuales estamos 100% comprometidos», añade Juan Camilo Londoño, que como sus compañeros habla con orgullo de su pasado guerrillero. Preguntados sobre qué enseñanzas se llevarán a La Elvira, coinciden en subrayar «la libertad de movimiento y de juego» en las aulas que han visitado. «No por ser niños tienen que jugar con camiones, ni por ser niñas con muñecas o disfrazarse de determinada manera. Es muy interesante este enfoque de género que en Colombia no se fomenta». Otro de los aspectos que destacan es la participación activa de las familias en la educación, el vínculo con el profesorado y «el empoderamiento que hay como pueblo» y poder estudiar en euskara, aspecto este último que resalta María Isabel Fernández, de la comunidad nasa. Solo su abuela conserva el idioma nativo. «Mi padre nunca nos lo enseñó y mi mamá no pertenecía a la comunidad nasa. Así que no lo aprendí. Estamos intentando recuperar las raíces e identidad indígena, campesina, afrodescendiente y las lenguas originarias. Esa es otra de las enseñanzas que nos llevamos del pueblo vasco». La guardería piloto de La Elvira tiene ya una lista de treinta niños. «Queremos que puedan vivir la niñez que nosotros no tuvimos por la guerra y puedan aportarle a la sociedad desde el arte, la cultura, la ciencia...», concluyen antes de despedirse. FILOSOFÍA En vez de recibir un curso de formación, los impulsores de este proyecto piloto han preferido capacitarse a sí mismos observando en sus lugares de origen otras experiencias educativas y pedagógicas. El 26 de abril regresarán a Colombia.