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JOPUNTUA

Semana Santa


Hace años el sevillano Ramón Reig se preguntaba si la Semana Santa era una devoción o un folklore. Para unos devoción, y además, excluyente.

Que las festividades religiosas han sido tradicionalmente muy celebradas es algo indiscutible. Ello está documentado desde los tiempos de la Contrarreforma en el Concilio de Trento (1545-1563). La exteriorización de la fe católica propugnada por la Reforma tridentina frente a la «interiorización» propia de la Reforma luterana, significó el que se utilizase a las hermandades y cofradías (remedos de los gremios feudovasalláticos) nacidas casi todas ellas con una finalidad de asistencia mutua en la enfermedad y la muerte.

En torno a la religión o «devoción» había estado funcionando un importante «entramado industrial». Ya podría hablarse de turismo avant la lettre, viajeros románticos y la Grand Tour de hijos de burgueses adinerados. Y Andalucía considerada como el crisol donde se conservaron las auténticas esencias españolas como quien «Volney» por ejemplo viajaba a Palmira. No son exploradores tipo Livinsgtone (un misionero) o Stanley (un aventurero pagado) o Brazza, adelantados del imperialismo, sino viajeros ilustrados como Borrow, un vendedor de biblias (protestantes a quien casi jubilan). Pero realmente cuando se puede hablar con algún rigor de unas estrechas relaciones entre la actividad turística y la Semana Santa es a partir de la existencia de unos medios de transporte que hacen factible el desplazamiento semimasivo de personas de unos lugares a otros, además de la rapidez y seguridad del mismo. Es decir, cuando se instalan los primeros ferrocarriles mediada la centuria del XIX.

Todo adornado, por una burguesía ecléctica y semiestamental –que conservaba el barroco estilístico trentino (una ornamentación exagerada a conciencia junto con un tenebrismo pictórico de naturalismo, barroco a lo Murillo) que sacó los «pasos» de polvorientos convertículos para «neutralizar» el ascetismo luterano y protestante iconoclasta.

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