2019 MAI. 05 EDITORIALA Una victoria de país con su épica (28A) en el aniversario de otro éxito popular (3-4M) EDITORIALA El gen antifascista vasco, enraizado en su idiosincrasia y fortalecido por su historia, triunfó el pasado domingo en las urnas, que no son las únicas pero sí son grandes batallas para cualquiera que se declare demócrata. Votar no es cosa que requiera apenas esfuerzo, pero el resultado del 28A en Euskal Herria tiene una épica que merece reivindicarse, es un «no pasarán» del siglo XXI. Las generaciones jóvenes votaron con esa rebeldía que integra también la secuencia del ADN vasco. Las mayores, en muchos casos con temor, sabedoras en carne propia de hasta qué punto es esa derecha española autoritaria, clasista, misógina, xenófoba, cruel. Entre las de media edad, este «stop» se ha ligado al que en 2001 paró el intento de «reconquista» liderado por Mayor Oreja y Redondo Terreros en la CAV tras Lizarra-Garazi. Pero no hay demasiado paralelismo ni cabe tomar como modelo aquel momento; de hecho, en los años posteriores el fascismo español seguiría marcando la pauta con hechos como la ilegalización, y de su mano acabaría llegando a Ajuria Enea Patxi López, efímeramente. Aquello mostró, de paso, las limitaciones del partido que acaparó aquella reacción popular, con los famosos 604.000 votos de Juan José Ibarretxe que acabaron no sirviendo para mucho. Esta respuesta de 2019 no ha tenido un solo foco de atracción, sino que han recaído en hasta cuatro sensibilidades políticas: un partido del mismo régimen del 78 que en ocasiones ha sido tan cruel como la derecha pero tiene una oportunidad de actuar diferente en este nuevo tiempo sin ETA (PSOE), una fuerza estatal pero democratizadora y de izquierdas (Unidas Podemos), un partido nacionalista vasco reconvertido ya en el partido de la «gente de orden» con gran impacto electoral (PNV) y una fuerza de izquierda independentista-soberanista con prisma claramente transformador (EH Bildu). Está claro quién ha perdido, pero no tanto quién ha ganado. O sí; ha ganado el país. El pasado acabó siendo... Maroto Nada ha reflejado mejor este resultado que la pérdida del escaño de Javier Maroto (PP) frente a Iñaki Ruiz de Pinedo (EH Bildu) en Araba. Y nada ha reflejado mejor el porqué que el momento en que Maroto vertió toda su bilis sobre su rival ante las cámaras. Es posible que el episodio viral acabara teniendo su impacto en el resultado. Las formas fueron deleznables, pero lo grave era el fondo de la cuestión; la enésima constatación de que el PP intentaba enfangar el debate vasco eternamente en parámetros de un pasado marcado por el conflicto armado (con el añadido de la falsedad, porque Maroto no podía desconocer la transparente trayectoria de Ruiz de Pinedo en ese contexto). Las urnas han mandado ahí un mensaje: a la ciudadanía vasca no se le puede seguir secuestrando en una espiral de pasado cuando lo que le interesa es su presente y su futuro. Y es un mensaje que va más allá de Maroto y el PP; sin llegar ni de lejos a los exabruptos del exalcalde gasteiztarra, pero un raca-raca similar empleó el entonces candidato del PNV Iñigo Urkullu, como único argumento, en el debate televisado con Miren Larrion (EH Bildu) de la campaña autonómica de 2016. Enseñanzas y efectos de Ginebra-Kanbo Aunque algunas acciones políticas insistan en obviarlo, nada en Euskal Herria es igual desde que hace ahora justo un año ETA bajó el telón y cambió con ello el escenario del país. Y tampoco es nada irrelevante cómo ocurrió ese proceso. En la serie de trabajos informativos realizados por GARA en este primer aniversario hay varias relevaciones al respecto: por citar solo algunas, el reconocimiento de David Pla de que ETA llegó a perder el control de ese proceso –con todo lo que ello acarreaba– a manos de la iniciativa civil vasca; detalles del reportaje de Iñaki Altuna como la maniobra de los servicios secretos estatales contra la delegación de la organización que esperaba a negociar en Noruega («estos españoles están locos»); el subrayado de Cuauhtémoc Cárdenas sobre el enorme valor que tiene para la comunidad internacional el tránsito a la política institucional de la izquierda abertzale y sobre su consciencia de que falta resolver la cuestión de los presos; y las conclusiones de Anaiz Funosas hoy sobre todo lo que ha desencadenado ese recorrido, especialmente al norte del Bidasoa. Todo ello realza un proceso que la ciudadanía vasca quiso y supo culminar, contra todos los obstáculos de unos estados obcecados en impedirlo. Otro éxito indudable, con su impronta de país ejemplificada en el protagonismo que tomó Ipar Euskal Herria, con su carga épica y con sus consecuencias, incluido este 28A.