2019 UZT. 05 JOPUNTUA De kunda Alvaro Reizabal Abogado El otro día, con motivo del traslado de los presos del procés desde cárceles españolas a otras catalanas, el president Torra se quejaba de la forma en que estaba llevándose a cabo y decía que parece mentira que, en los tiempos que corren, se tarden tres días en llegar de Madrid a Cataluña. Y tenía toda la razón, porque tanta alta velocidad, tanta autopista y tanta alforja para este viaje. Pero es que el traslado de presos sigue estando concebido más como transporte de ganado que de personas, y, además, con un diseño inspirado en el sistema radial que para la península ibérica idearon los romanos. El último grito, vamos. La cosa es que ese sistema radial tiene establecidas varias líneas regulares que operan con frecuencia semanal, en diferentes días, y cada una con su recorrido, que supone un punto de partida y otro de llegada y, en el camino, varias paradas en cárceles predeterminadas, para dejar a los presos que se quedan allí y para que cenen, duerman y desayunen los que van a destinos más lejanos. La pernocta se hace en los módulos de ingresos, que son los más asquerosos, porque como son de paso, casi nadie se preocupa de mantenerlos en condiciones. Además, durante el traslado se vive en un limbo, sin derecho a visitas, llamadas ni otro tipo de comunicación. La seguridad manda. No es menos penoso el viaje, que se hace en unos autobuses sin ventanas y en minúsculos habitáculos cerrados con llave y del mismo metal que se utiliza para construir las taquillas de los obreros en las fábricas: gris opaco. En cada habitáculo dos presos, muchas veces esposados; las rodillas tocando el metal de delante, y una potente sensación de claustrofobia. El no va más se consigue cuando uno o los dos ocupantes del cubil fuman, pues a la claustrofobia hay que añadir el correspondiente ahogo. Y calor, mucho calor. Para orinar hay que pedir al guardia civil de turno que te abra la puerta y, suele ocurrir, que te diga que aguantes, que ya has ido antes. Un autentico viaje de placer. Horroriza pensar qué pasará el día que el bus tenga un accidente. Durante el traslado se vive en un limbo, sin derecho a visitas, llamadas ni otro tipo de comunicación. La seguridad manda