2019 ABU. 01 JOPUNTUA Nada tan triste Itziar Ziga Escritora y feminista Durante décadas las desviadas hemos corrido al cine para atisbar las poquísimas lesbianas que salían. En tal peli sale una bollera, incluso dos. Igual hasta follan, o algo parecido. Ya se sabe, besitos y tonterías, lo que hacemos las chicas entre nosotras. Eso sí, las vimos sufrir y morir, una a una. Como nuestros flujos vaginales no se vuelven radioactivos al entrar en contacto con los de otra, ¡doy fe!, que la cartelera sáfica haya sido una necrológica solo puede deberse a una maldición patriarcal. Quienes nacimos en un mundo construido contra nosotras, somos expertas en ponerlo patas arriba. Hace un mes salía enaltecida del Lesbian Herstory Archives de Nueva York. Estar rodeada de la memoria de mis hermanas, atesorada por activistas desde 1974, de sus valientes y sexuales vidas, de nuestra posibilidad comunitaria ganada a pulso, me emociona un millón de veces más que ningún drama. Gracias, precisamente, a que somos estirpe revolucionaria, las bolleras hemos invadido al fin las calles y las pantallas. ¡Alcanzando incluso la esperanza de vida fílmica del resto de la población! Por eso me sorprendió tanto el otro día en la tele la archipremiada “La chica danesa”: menudo dramón trasnochado. Como toda hembra ávida de otras hembras en décadas de fundamentalismo heterosexual, yo conocía las ilustraciones modernistas porno lésbicas con las que Gerda Wegener cautivó París a principios del siglo XX. Que su marido y compinche artístico transitara hacia la feminidad, insufló en ambas la noción del mundo y del arte como un baile de máscaras. Y su precioso vínculo. No en esta estúpida película donde han sido reducidas a esas dos sombras monógamas, heterosexuales, frustradas y trágicas que no fueron. ¿Que Lili Elbe murió por practicarse una de las primeras vaginoplastias de la historia? ¡Murió intentándolo! Que se lo digan al emperador Heliogábalo: le regalo parte de Roma al médico que me haga un coño. Dramatizar a la otra es lo contrario a estar de su lado y supone, además, perdértela. Y, como cantan esas grandes tecnofolclóricas maricas llamadas Hidrogenesse: no hay nada tan triste. Estar rodeada de la memoria de mis hermanas, atesorada por activistas desde 1974, de sus valientes y sexuales vidas, de nuestra posibilidad comunitaria ganada a pulso, me emociona un millón de veces más que ningún drama