2019 ABU. 15 QUINCENA MUSICAL Arteta superó con creces el reto de Butterfly Mikel CHAMIZO En la mayoría de las óperas, el peso de la representación recae sobre el dúo o trío protagonista. Otras veces, se trata de guiones corales con responsabilidades más compartidas. Pero hay también óperas en las que todo gira alrededor de un solo personaje, normalmente femenino. Es el caso de “Madama Butterfly”, y que Ainhoa Arteta lo “debutara” en estas representaciones –en realidad lo hizo en enero en Barcelona, pero ella dice que aquello no cuenta–, fue una sorpresa porque las cualidades vocales que exige el personaje (una soprano spinto) a priori parecen no encajar del todo con lo que sabemos de la voz de Arteta, que comenzó su carrera como una soprano lírico-ligera. Pero con la edad, su voz ha ensanchado y se atreve ahora a abordar el enorme personaje de Butterfly, quizá no con todas las herramientas –se resintieron sus graves en el segundo acto– pero con un arrojo expresivo y teatral admirables. El gran reto de la ópera es el de la transformación del personaje, de una inocente niña de 15 años en el primer acto, a la mujer abandonada pero con esperanza en el segundo, y a la que se le arrebata todo en el tercero. Arteta construyó este proceso de forma magnífica, creíble y emocionante, y fue por ello la estrella de la función. La tolosarra estuvo acompañada por un elenco de cantantes irregular. Marcelo Puente no terminó de brillar como Pinkerton, sus esperados agudos no pasaron bien la orquesta y su construcción del personaje fue un poco hierática. Estuvo mucho mejor la Suzuki de Cristina Faust, dibujando a la fiel doncella de Cio-Cio San con la mezcla de emoción y contrición que corresponde. También cumplieron con creces Gabriel Bermúdez como Sharpless y el Goro de Francisco Vas. El Coro Easo cantó muy bien las breves pero complejas partes que le depara Puccini, y la Orquesta de Euskadi obedeció con precisión las órdenes de un Giuseppe Finzi que se dedicó, sobre todo, a resaltar los cientos de detalles de dramaturgia sonora con los que Puccini subraya lo que los personajes dicen y lo que callan, pero que en algún momento perdió la visión global del sonido orquestal. La producción, sencilla pero hermosa y funcional, tuvo su momento álgido en la bellísima “Danza serpentina” que acompañó al famoso coro a boca cerrada.