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JOPUNTUA

Obsesión securitaria


Lo que más sorprende del gran escándalo que este verano se ha montado con la «crisis de seguridad» de Barcelona es que no lo hayamos visto venir. La ola securitaria estaba allí, agazapada entre el culto al orden como dios supremo y la inyección del miedo, su mejor profeta. Pero para cualquiera que camine por estas calles, es tan difícil ver un problema real de seguridad en ellas, más allá de casos puntuales, que nadie podía vaticinar la fuerza con la que podía enraizar una alarma traída de lejos y transplantada de forma artificial.

Pero ha ocurrido. Los programas de televisión matinales hace mucho tiempo que dejaron la prensa rosa y el debate ligero para centrarse en los sucesos. Habitualmente se trataba de casos morbosos: desapariciones de menores, asesinatos escandalosos, crímenes sexuales y tragedias humanas de diversa índole. Y esa temática fue expandiéndose por la parrilla televisiva, a los telediarios y programas de info-entretenimiento, y más allá, a otros medios, a los diarios y por supuesto a internet.

Esos temas acercaron a reconvertidos periodistas del corazón a las fuentes policiales. Era la forma más fácil de conseguir el informe de la autopsia del cadáver, saber si han encontrado al niño en el agujero o conocer detalles sobre la declaración del novio de la víctima. En algún momento la temática escabrosa no dio para más y se cambió por los pequeños delitos y robos callejeros. Un campo que reúne imágenes impactantes, el interés de la audiencia y un relato beneficioso para quienes necesitan sociedad acongojada.

Ahora la paranoia campa a sus anchas y algunos vecinos que nunca se considerarían de extrema derecha han comenzado a comprar un argumentario que dice que hay mucha inseguridad, que la vincula con los extranjeros y que cree que es hora de sacrificar libertades y derechos para combatirla. La dirección que la obsesión securitaria está tomando es clara y se dan todas las condiciones para que la aprovechen los reaccionarios. Y cuando pase nadie podrá hacer un artículo sorprendiéndose por no que no lo hayamos visto venir.