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El valor del municipalismo


Preguntaron una vez a un viejo alcalde socialista que llegó a ministro qué cargo elegía de los que había ocupado y el político contesto que el de alcalde. Días después, un agudo articulista replicaba que el ministro decía eso porque sabía que no iba a volver al ámbito local.

Probablemente, los dos tenían razón. Nada hay más apasionante que la gestión de un municipio en el que cada decisión repercute directamente y a menudo de forma inmediata en la calidad de vida de los vecinos y las vecinas. Y, a la vez, pocas cosas desgastan tanto como el roce con el mismo vecindario, cuando las cosas no pueden resultar de la satisfacción de todos. Son la cara y la cruz de la política local, una política que encierra una buena parte de las claves de nuestro bienestar individual y colectivo y del espíritu de la democracia.

Esto he aprendido a lo largo de los últimos doce años de servicio en el Ayuntamiento de Lodosa, como concejal de la oposición y luego como alcalde. Pero en la última legislatura he llegado a alcanzar también la convicción de que la política local solo es plenamente eficaz si se comparten medios y objetivos, discurso y trabajo, con los homólogos de los municipios vecinos (autonómicos, estatales y europeos). Solo la unidad en el debate político nos garantiza ser escuchados por quienes hacen las leyes, reparten competencias y distribuyen los fondos públicos entre los distintos niveles de la Administración. Y ese ha sido el compromiso que he asumido desde la presidencia de la Federación Navarra de Municipios y Concejos estos últimos cuatro años.

En coherencia con esta idea, mis primeras propuestas a la asamblea de alcaldes y alcaldesas tuvieron como eje central el incremento de la participación de las entidades locales y sus representantes en la vida federativa, porque escuchándonos todos y sumando intereses y discursos se fortalece nuestra voz y crece la legitimidad de nuestra institución. Y aceptando que todo es mejorable, creo que hemos dado pasos en esta dirección.

El proceso participativo para concretar nuestras propuestas sobre la reforma del mapa local, la creación de grupos de trabajo sobre distintas materias, la constitución de un grupo para los concejos, o la celebración de un buen número de jornadas y encuentros, junto con el incremento del número de asambleas anuales, son un hecho significativo. Creo que hemos sido más fuertes porque hemos compartido más y que, por haber compartido más, hemos sido más eficaces en la gestión de nuestros respectivos municipios y concejos. Esta es la mayor enseñanza de cuantas he recibido por haber tenido la suerte de ostentar la presidencia de la Federación.

Un cargo extenuante pero impagable. Porque en pocos otros, tal vez en ninguno, un político se enriquece tanto. La amplitud de la actividad política que desarrollamos, analizando y debatiendo los proyectos normativos del Gobierno y el Parlamento, el constante contacto con decenas de instituciones, asociaciones y colectivos de la sociedad y el estudio de los problemas a los que esta se enfrenta, o el conocimiento de cientos de representantes de los ayuntamientos y concejos de toda la Comunidad, desde Pamplona hasta el pueblo más pequeño son algo más que un máster universitario.

Por eso, ahora que me toca ceder el relevo, pero no quisiera hacerlo sin agradecer todo lo que he recibido como político y, sobre todo, como persona, y sin animar a los 3.000 hombres y mujeres que dirigen nuestras entidades locales, en la mayor parte sin más recompensa que la satisfacción del trabajo realizado para la comunidad, a sumarse desde su entidad al foro común del municipalismo, que tan buenas rentas arroja para nuestros pueblos.