2019 ABEN. 01 JOPUNTUA Callar Irati Jimenez Escritora Estos días en que los buzones se llenan de catálogos de juguetes es casi un deber feminista recordar a fabricantes y distribuidores que no hay ningún motivo racional para pensar que un camión de plástico se tenga que acompañar de la foto de un niño y un coche de bebé tenga que ir siempre en una página en rosa. Pero tan importante como eso es recordarnos a nosotras mismas que no hay nada de malo ni en el camión ni en el rosa. La misoginia siempre nos lleva a pensar que los hombres son libres y las mujeres nos sometemos. Da igual si el niño juega al balón o pasea un cochecito: nos parecerá que elige. Pero en la niña el camión nos parece elección y muñeca, subordinación. Problematizamos la feminidad. Ponemos siempre a las mujeres bajo el foco. Vemos hombres musulmanes pero mujeres sometidas al Islam. Vemos hombres que calzan como quieren y mujeres engañadas para llevar tacones. Algo parecido ocurre con escuchar y hablar. En este auge del feminismo que todavía debemos llenar de avances legislativos, económicos y transformadores, se nos pide a las mujeres que hablemos más y es una petición sensata e importante. Se nos ha socializado para tener pánico a tomar la palabra en público y para hacernos daño cuando lo hacemos, por eso nos cuesta dar un paso adelante y por eso es tan importante que lo hagamos. Pero no podemos olvidar que los mandatos patriarcales funcionan siempre en dos direcciones. Tan cierta es la dificultad de las mujeres para hablar como la de los hombres para callar. Ellos han sido socializados para no callar de la misma manera que nosotras para no hablar. Tanto es así que no faltan hombres encantados de tomar la palabra en cualquier sitio para pedirnos a la mujeres –incluso en nombre del feminismo– que hablemos más. Recordémosles –tomando la voz– que, a menudo, callamos porque está todo dicho, porque la discusión no avanza, porque hay que resolver, porque se está hablando por hablar. Chicos, compañeros, amigos. Creedme cuando os digo que hay una resistencia a la palabra y que esa resistencia está programada en nosotras. Pero hay un miedo al silencio y ese miedo está programado en vosotros. Tan cierta es la dificultad de las mujeres para hablar como la de los hombres para callar. Ellos han sido socializados para no callar de la misma manera que nosotras para no hablar