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JAVIER GARCÍA FERNÁNDEZ
HISTORIADOR Y SINDICALISTA DEL SAT

«Para la cultura colonial española, los marcos territoriales no están sujetos a la democracia»

Historiador y sindicalista del Sindicato Andaluz de Trabajadores/as, militante del nacionalismo andaluz de izquierdas, Javier García Fernández (El Ejido, 1987) forma parte del Centro de Estudios Sociales, donde realiza sus estudios de doctorado en colaboración con el sociólogo Boaventura de Sousa Santos. Es autor del libro “Descolonizar Europa. Ensayos para pensar históricamente desde el sur”.


Su tesis es que el colonialismo y el capitalismo hacen sus primeros pinitos en Andalucía.

Trato de hacer una reflexión histórica que sitúe Andalucía en el contexto de la historia mundial, y pretendo demostrar que los procesos de colonialismo externo son anticipados por el colonialismo interno que se da en Europa. En el caso concreto de Andalucía, tiene que ver con la serie de conquistas que el Reino de Castilla lleva a cabo sobre Al Andalus, anticipando el colonialismo en el norte de África, Canarias, Caribe y América Latina. De esos procesos de conquista surgen, por ejemplo, los latifundios, y con ellos la separación entre tierra y campesinos. La mal llamada reconquista y el mal llamado descubrimiento, desde mi punto de vista, son dos fases del mismo proceso de expansión imperialista. Creo que es importante para comprender cuáles son las lógicas del colonialismo interno que se dan históricamente, pero que siguen teniendo un carácter profundamente actual.

Para traerlo a la actualidad distingue entre colonialismo y colonialidad.

El título, “Descolonizar Europa”, es una provocación que trata de convocar una discusión sobre los efectos del colonialismo en Europa, a través del pensamiento decolonial, que entiende que el colonialismo no es solo un régimen jurídico y administrativo, sino que tiene que ver con la serie de dominaciones, opresiones y conquistas que produce Europa, tanto a nivel interno como a nivel externo. Eso es lo que la teoría decolonial llama la colonialidad, entendiendo que, más allá del régimen administrativo, hablamos también de una relación cultural que se establece entre dominados y dominadores.

En el libro pone en diálogo episodios de la historia que a menudo se estudian por separado. Igual que lo hace con la «reconquista» y el «descubrimiento»; lo hace también con el «desastre» de 1898 y el surgimiento de los primeros regionalismos a finales del siglo XIX. ¿Qué relación ve?

Creo que una de las tareas importantes de los movimientos emancipatorios en Europa debe ser construir desde una perspectiva crítica la larga historia del colonialismo, en este caso español. Y en ese empeño tenemos la tarea de conectar diferentes procesos coloniales. Por ejemplo, todos sabemos que en el primer tercio del siglo XIX se da la independencia de las repúblicas latinoamericanas, sin que se recuerde que justo en las mismas fechas, en 1830, se crea el protectorado de Tetuán, que inserta el colonialismo español en una nueva lógica.

La siguiente fecha central es 1898, que se sitúa como el fin del imperio. De ahí surge una corriente de intelectuales españoles que tratan de regenerar España, como Ortega y Gasset, Valle-Inclán, Unamuno, etc. Pero al mismo tiempo, es importante poner en perspectiva que surge otra corriente de intelectuales vinculados a un primer regionalismo que se permea del pensamiento de, por ejemplo, José Martí, y de la crítica que se hace a España desde las colonias. Blas Infante en Andalucía, el primer catalanismo, el vasquismo, el galleguismo… estos movimientos nacen de la idea de que quizá España sea el problema.

¿Y de 1898 saltamos a 1936?

Hay otra cuestión muy importante, y es que la presencia colonial española en el norte de África está compuesta por militares con una profunda ideología colonial e imperialista. Después del desastre de Annual, empiezan a volver a la península y se da lo que podemos llamar como el retorno de lo colonial, entre 1917 y 1936.

El golpe de Estado hay que entenderlo también dentro de este retorno; tanto Sanjurjo, Mola como Franco son militares coloniales. Creo que debemos analizar el fascismo español no en el contexto de los fascismos europeos, sino como un tipo de cultura autoritaria mucho más vinculada al legado colonial y al legado imperial, a diferencia del fascismo italiano o el nazismo en Alemania.

Y del 36 al 78.

Esa España del 39 no se diluye en la de 1978 y, por tanto, tampoco en la de 2020. Hay una parte de la cultura política española que alberga aún esta ideología colonial e imperialista, según la cual los territorios que se ganan con la guerra se pierden con la guerra, y según la cual los marcos territoriales del Estado no están sujetos a la democracia. Este legado debería ser revisado.

En el libro menciona que no ha habido una transición de la España-imperio, a la España-nación. ¿Qué implicaciones cree tiene esto?

Hay una experiencia de imperios que, en ciertos contextos de derrotas militares o de crisis orgánicas profundas, reformularon el Estado hacia posiciones más o menos democráticas; sometieron el proyecto nacional a procesos constituyentes de refundación. Tanto el imperio inglés, como el francés, como Alemania, pueden ser ejemplos. Pero las estructuras jurídicas del Estado español siguen teniendo una lógica profunda de imperio, basta con ver el papel del Ejército, de la judicatura, de la monarquía autoritaria o de la Iglesia. De ahí que, ante una demanda democrática de secesión, se activen fuerzas como Vox y resurja toda esa facción reaccionaria que procede de ese legado colonial.

Considera que las naciones sin estado también reproducen, en parte, ese legado colonial. De hecho, no le gusta el concepto de nación sin Estado.

A ver, no es que no me guste, porque yo tengo una. Creo que no se ha revisado del todo hasta qué punto los marcos, las categorías y los cuadros de interpretación de la realidad dentro de nuestras culturas políticas siguen estando trufadas de esta ideología colonial.

El concepto de nación sin Estado tiene un recorrido de medio siglo, y los conceptos con largo recorrido a veces pierden actualidad. Creo que es un concepto que se define a partir de una carencia, a partir de lo que no tiene, y que eso hace que su objetivo central sea, precisamente, un estado.

En 1919 se plantearon los principios de Viena, según los cuales a cada nación le corresponde un Estado. Pero tendríamos que reconocer que ha sido un poco al contrario, y que cada Estado se ha apropiado de una nación cultural para legitimar su existencia como Estado. Mira Francia. Creo que sería necesario que las naciones oprimidas dentro del contexto de Europa Occidental pensasen nuevas formas de autoridad política que vayan más allá de esa institución con carácter de guerra que es el Estado, porque la imposibilidad de transformar o de construir Estados a menudo nos lleva a la profunda frustración.

Quizá haya que hablar de Estados realmente existentes, igual que algunos hablaban de socialismo realmente existente. Porque al final, ¿no seguimos hablando de la capacidad que una comunidad tiene para ejercer soberanía sobre un territorio concreto?

Yo no estoy contra el Estado, solo llamo la atención sobre el concepto de Estado que se pone encima de la mesa y sobre la necesidad de revisar qué autoridades políticas construimos, para que no tengamos en el horizonte el Estado realmente existente, sino que seamos capaces de reapropiarnos de esa idea. Porque si no estamos atentos a esa revisión crítica del Estado, estaremos reproduciendo otra pequeña España, otro pequeño Estado con sus lógicas excluyentes.

También propone una revisión del concepto de nación.

Creo que es importante recordar que el colonizador impone una visión del mundo, una serie de paradigmas que el colonizado toma y reinventa con su práctica. Y no somos capaces de despojarnos, porque somos lo que han hecho con nosotros, y porque políticamente tampoco es estratégico plantear nuevas ideas que la población no va a entender. Por tanto, trabajamos con categorías que nos han sido impuestas, para que nuestra gente nos entienda, y al mismo tiempo, tenemos que tener la capacidad de reinventarlas.

Sobre la nación, el paradigma hegemónico dice que la nación la componen aquellas personas que comparten una cultura, una lengua, un origen común, y eso es un reto para las naciones oprimidas. Ya sé lo que dijo Argala en su día, pero creo que en las composiciones internas de los movimientos nacionalistas sigue habiendo una incapacidad para dialogar con la diversidad. Si no encontramos otros mecanismos de proceso constituyente, de construcción de pueblo, nunca se alcanzarán las mayorías necesarias, es un simple tema aritmético; la nación étnica nunca es la mayoría social, ni en Catalunya ni en Irlanda. Si el actor que se privilegia en la construcción nacional es el hecho étnico, no hay mayorías sociales.

 

«La explicación reaccionaria del proceso catalán que hizo el PSOE andaluz preparó el terreno a la derecha»

Andalucía está siendo el campo de pruebas del trifachito en el Estado español ¿Cómo ganaron hace un año?

Creo que la izquierda española no ha sabido explicar a la sociedad española la legitimidad que tiene la sociedad catalana para decidir en un referéndum. Esa falsa neutralidad de la izquierda española ha generado un espacio de explicaciones que ha aprovechado la derecha para hacer resurgir esa ideología imperialista y colonial. En Andalucía, Susana Díaz dio una explicación reaccionaria a la voluntad del pueblo catalán, según la cual la unidad era solidaridad, y la independencia, egoísmo. Esa tesis situó las coordenadas de la explicación en Andalucía muy a la derecha, y, en ese terreno, la derecha le conquistó el terreno al PSOE de Andalucía, algo que no había ocurrido en 40 años, ni antes de la dictadura.

No estará siendo fácil hacerle frente.

La semana pasada se iban a cerrar 50 escuelas públicas, y una huelga de los sindicatos generó la dimisión de un consejero, pero al mismo tiempo, vemos un proceso de represión creciente. Por ejemplo, el próximo 12 de febrero se celebra el juicio contra 20 sindicalistas del SAT por las llamadas expropiaciones a Mercadona y a Carrefour en 2012, unos actos simbólicos que trataban de llamar la atención sobre la pobreza en Andalucía. Creo que hay una nueva cuestión meridional en el Estado español, y creo que será uno de los grandes campos de disputa en la próxima década.  B.Z.