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CONY CARRANZA
EDUCADORA POPULAR FEMINISTA

«El feminismo tiene que romper patrones, pero hay que reposar algunas cosas»

Cony Carranza cuenta con una holgada experiencia en el feminismo. Ha militado en colectivos como Garaipen, Marcha Mundial de Mujeres, Carta Social de Derechos y lleva ahora una escuela de economía feminista en Santurtzi, donde vive a día de hoy. Esta feminista de origen salvadoreño ha sido premiada con el Premio Emakunde a la Igualdad 2019.


Cony Carranza (Santa Ana, El Salvador, 1963) nos recibe en el patio interior de la sede de Mujeres del Mundo, en la calle Fika de Bilbo. Con voz pausada, presenta a los dos gatos que rondan por allá, nos muestra el limonero y unas flores que se asemejan a las rosas pero no lo son; en su país, en El Salvador, nunca las había visto. Cuenta que está en un momento de reflexión, y justo cuando Emakunde le ha concedido el Premio a la Igualdad, decide «salir del foco». Por ello, no se ha involucrado tanto para este 8 de marzo, aunque lo luchará en Santurtzi, donde vive ahora. Se sienta y explica que para entender el discurso de alguien es necesario conocer su trayectoria de vida, así que procede a presentarse: «Yo migré hace 15 años de El Salvador. Pero me he sostenido, me he empapado y me he reinventado con el feminismo aquí en el País Vasco, que es donde siento que me defino feminista. Entonces, me voy involucrando en una serie de realidades y acontecimientos, para mí, transcendentales. La Carta Social de Derechos, la Marcha Mundial de Mujeres, y luego llega el gran reto de las jornadas».

Se vivieron momentos intensos durante la mesa de decolonialidad de las V. Jornadas Feministas de Euskal Herria. Los colectivos racializados no mixtos interpelaron directamente a las blancas. Como mujer migrada y racializada, ¿cómo vivió aquello?

Sigue siendo un momento intenso. Nos atrevimos a organizar esa mesa, y te provoca cierta incomodidad, te sientes cuestionada, yo me siento cuestionada por estar ocupando espacios mixtos y estoy segura de que no los voy a dejar, porque son espacios en los que confío, porque creo que hay autóctonas que están con la disposición de revisarse, de cuestionar sus privilegios, y veo cada vez más actitudes de mujeres que van a dar un paso atrás, que van a entender.

¿Cree que los colectivos no mixtos son un impedimento para crear alianzas o puentes de cara a una agenda colectiva?

No. La gente habla a veces con un puñetazo, por todas las heridas que tienen. Cuando haya un proceso de vomitar su dolor, sean capaces de ver que hay necesidad de crear esas convivencias, lo haremos. Yo lo quiero hacer, pero porque con mi experiencia de educadora popular he aprendido a trabajar en grupo y con perfiles distintos. Entonces pienso “qué bien que las compañeras hagan un recorrido”, y cuando ellas crean, vayamos a esos momentos de confianza. Pero yo, por ahora, respeto. ¡Y hay que respirar! Yo respeto que haya mujeres que quieran hacer otro camino y quizás algún día nos crucemos con ellas. Tengo esta contradicción porque en el movimiento feminista queremos cuestionar privilegios, pero queremos aliadas. Por eso, yo quiero reposar, emprender un proceso de crecimiento. Las feministas somos las que realmente vamos a tener la capacidad de ser sororas. Creo en el compromiso para hermanarnos y para hacer mucho más contundente eso de “hermana, yo sí te creo”. No creo que otro espacio lo vaya a hacer. ¿Y cómo lo vamos a hacer? ¡Yo todavía no tengo ni idea! Unas dicen que las blancas se queden un poco en silencio, se echen para atrás. Lo que yo no quisiera es que la herida no sea el camino, sino las ganas de sanar, de sanar la vida y los sistemas. Entre romper y sanar, es una ida y venida. Hay procesos personales que hay que trabajar, lo mencionaba Lolita [Chávez], porque llevamos historias muy profundas que hay que sanar colectivamente.

¿Piensa entonces que el movimiento feminista necesita un tiempo de reflexión?

Creo que debe haber una reflexión muy fuerte. Necesitamos estar en la calle, pero también hace falta mucho silencio, mucha reflexión y sentir el cuerpo. El feminismo de aquí va con mucha fuerza, es una militancia en la que te dejas casi la vida, y hay jóvenes que no quieren ir por ahí, que quieren asentarse. Lo último que queremos es estar quemadas, yo no tengo ganas de un feminismo que me haga sentir culpable. Tiene que ser una práctica que lleve a romper patrones, y hay que reposar algunas cosas.

El movimiento tiene que ampliar cosas, porque no puede haber un único modelo hegemónico de militancia y feminismo… Es el momento de romper y que se hagan pequeñas figuritas y que cada una de ellas tenga un valor. Desde el autocuidado, tenemos que sanarnos entre todas. Eso significa un trabajo más de hormiga. Este sistema nos ha metido mucha prisa, pero yo voy a caminar más despacio.

Si el feminismo plantea propuestas tan radicales, ¿cómo es posible que los días 8M se llenen las calles?

Alguien decía: “qué pena que el feminismo se haya puesto de moda”. ¿No te has fijado que pones la televisión y todas nos declaramos feministas? A mí me produce resquemor el discurso político que asume la institución, e imagínate la contradicción que tengo ahora con el premio de Emakunde. No es nada fácil para mí, porque con una Ley de Extranjería tan fuerte, con todos los impedimentos que ponen las instituciones para tener una vida más sólida y una economía mejor... Tenemos que enrabiarnos mucho, decir con claridad por qué feminismo estamos apostando. Rompemos con el feminismo de la igualdad, que es una trampa. Estamos alertas, estamos cuidándonos de no hacer un feminismo de moda, un feminismo de corsé, pues ya vemos que el sistema capitalista y heteropatriarcal se adueñan de los conceptos. Y por ello, a mí sí que me produce una contradicción el premio, aunque me ha parecido interesante que por unanimidad esa gente de allí haya sido capaz de valorar esta práctica que nada tiene que ver con la academia. Pero voy a llevar allí las cosas más dolorosas de las mujeres con las que trabajo. Que no se vaya a quedar en un formalismo. Voy a tratar de ser lo más coherente posible conmigo y con mis compañeras.

¿Cree que el debate sobre racismo se verá reflejado este 8M?

Yo quiero que haya más mujeres migradas, porque es domingo y tendrán más oportunidades de salir a la calle y que lo vivamos más festivo, que tengamos tiempo para comer, cantar en la calle, para juntarnos y gritar, para sentir que el 8M es un espacio nuestro. Y que las blancas den lugar a esas otras que no pueden estar siempre. Quiero un ambiente de lucha pero que festejemos también. Han creado ejes, y como tenemos tantas ganas de trabajar, hemos creado el eje antirracista. Pero ¿qué dicen ellas? Yo no sé cómo nos cuesta tanto quitar este eje si las compañeras [racializadas] no se ven allí. Ellas dicen que no quieren estar, que no es su momento. Y eso es muy duro, a mí me duele. Si ellas dicen que no, hay que respetar, y quizás llegue un momento en que ellas tengan idea de qué quieren que hagamos. Este 8M, habrá compañeras racializadas que van a tomar parte, pero habrá otras que no. Pero vamos a hacer un gran 8M.

Dice que se retira de los «focos».

Voy a pausarme a mí misma, me quedo en Santurtzi. Quizás es un momento para otras. El momento de estar en el foco ya pasó, hay necesidad de estar en otros espacios.