2020 MAR. 14 JOPUNTUA El Chernobyl europeo Arturo Puente Periodista Hay algunos expertos y analistas tan fiables en el error que se han convertido en adivinadores infalibles: cuanto más seguros afirman alguna cosa, más razones hay para pensar justo la contraria. Eso es justo lo que ha pasado en el terreno geopolítico con el caso del coronavirus de Wuhan, que muchos medio occidentales corrieron a denominar «el Chernobyl chino» allá en el lejano mes de febrero, cuando parecía que China colapsaba en esta crisis sanitaria. Un mes después el gigante asiático no solo ha controlado la epidemia sino que parece haberlo hecho con bastante más eficacia que los países del sur de Europa, adonde además ahora está enviando ayuda. Ser eficaz controlando este virus no es exactamente un mérito que los demócratas debamos aplaudir con demasiado entusiasmo. En la medida que la gestión sanitaria del Covid-19 requiere confinamientos y enormes limitaciones de derechos fundamentales, los regímenes autoritarios que además sean ricos serán imbatibles en esto, mientras que a las democracias que se vienen empobreciendo les costará algo más. Pero entre no aplaudir y cerrar los ojos a esta evidencia hay un trecho importante, la distancia que separa el entender la dinámica mundial y no entenderla. Por mucho que las cosas se quieran mirar a través de cristales ideológicos, ya no estamos en los 80 sino más de tres décadas después, y las democracias liberales ya no muestran necesariamente un nivel de adaptación mayor a los nuevos retos políticos sino, en algunas ocasiones, precisamente lo contrario. Esto por sí mismo no es ni bueno ni malo, solo es cierto, y hay que asumirlo para poder ir pensando en cómo remediamos el enorme potencial corrosivo contra las libertades en el conjunto del planeta que tiene. Contrariamente a lo que nos decían hace un mes los medios más influyentes entre las élites occidentales, la crisis del coronavirus, que golpea duramente Italia, España y Francia, y que ya está generando consecuencias irreversibles para nuestras economías, parece más una prueba de fuego para el modelo europeo y para el juego de hegemonías en el mundo. Las democracias liberales ya no muestran necesariamente un nivel de adaptación mayor a los nuevos retos políticos sino, en algunas ocasiones, precisamente lo contrario