GARA Euskal Herriko egunkaria
EDITORIALA

A trabajar sin garantías de seguridad ni protección


Miles de ciudadanos vascos vuelven hoy a sus puestos de trabajo en sectores no esenciales, particularmente en la industria y la construcción. Trabajadores que no dispondrán de equipos de protección integral, ni siquiera de mascarillas para todos. No se les realizarán test, no sabrán si tienen compañeros infectados en la obra o en la fábrica, cuántos pueden ser asintomáticos. Se llegó tarde al confinamiento general, entre fuertes presiones de una patronal insensible y desbocada, y hay demasiadas prisas para salir de la misma a pesar de las advertencias de la comunidad científica y de los organismos de salud internacionales, que advierten de los peligros de relajar el confinamiento antes de tiempo.

Resulta imposible saber ahora cuál será la consecuencia final de regresar a la actividad no esencial a partir de hoy –toca confiar en el buen hacer de miles de trabajadores–, pero parece bastante obvio que, incluso en la mejor versión de lo que pueda suceder, tendremos una salida más lenta de la epidemia. Es algo que también tiene, conviene no olvidarlo, numerosas implicaciones económicas para sectores en los que va a ser imposible retomar la actividad hasta que la epidemia esté verdaderamente controlada. Más allá de las consecuencias –todavía desconocidas– que pueda tener esta vuelta a las actividades no esenciales, la beligerante actitud del Gobierno de Iñigo Urkullu y de Confesbask ante el cierre industrial y de la construcción refleja tanto un importante desprecio por el bienestar de los trabajadores como una actitud poco solidaria con el conjunto de la sociedad.

Asumen el mantra enunciado por Donald Trump –«que el remedio no sea peor que la enfermedad»– y gastan ingentes esfuerzos en alertar de las consecuencias de lo que bautizaron como «coma económico», haciendo de paso buena aquella definición que Oscar Wilde dedicó a los cínicos: conocen el precio de todo y el valor de nada.