2020 API. 19 JOPUNTUA No se puede tener la razón Irati Jimenez Escritora Supongo que todos tenemos pensamientos y preguntas extrañas, que nos hacemos a nosotros mismos en esa catedral íntima del alma donde conversamos sin que nadie nos oiga y suenan, como en un poema de Rilke, las campanas del corazón. Una de las cosas que yo me pregunto es cómo sería mi relación con el lenguaje si no hubiera sido bilingüe. Tengo recuerdos muy vívidos de oír el castellano sintiendo una especie de extrañamiento surrealista que no me ha abandonado del todo y que consiste en observar el lenguaje como lo que es, el más elaborado de los artificios humanos. De hecho, lo que más me gustó de aprender inglés y más lamento de no saber francés o portugués es que me permitió volver a pensar en los idiomas que ya sabía con la felicidad de la niña que los ve por primera vez, como quien se fija en una pared y ve que las manchas son en realidad un insecto camuflado que se acaba de mover. Si no fuera por el inglés, ese colosal idioma de poderosos monosílabos, nunca me habría dado cuenta, por ejemplo, de lo terrible y elocuente que resulta que en castellano «tengamos» la razón y empleemos desafueros lingüísticos como «dar» y «quitar» la razón, que indican un deseo demencial de posesión y que nos alejan de la elegancia metafísica del inglés, que se limita a decir que alguien, simplemente, está o no en lo cierto («to be right or wrong»). El inglés acierta donde el castellano falla porque dos personas pueden discutir eternamente sobre la posesión de la verdad estando igual de equivocadas y que alguien le «dé» a otra persona la razón no quiere decir que aquella la «tenga», simplemente que se ha establecido una dialéctica demencial en la que el objetivo no era comprender sino vencer. Creo profundamente que querer tener la razón es un error del pensamiento y un vicio del espíritu que ha marcado la cultura española, ha acabado arrastrando a la vasca y ha dado como resultado un fiero cainismo político que no descansa ni con la pandemia y que nos condena, una y otra vez, al abrevadero de la historia. El inglés acierta donde el castellano falla porque dos personas pueden discutir eternamente sobre la posesión de la verdad estando igual de equivocadas