2020 MAI. 17 KOLABORAZIOA Sistema oblicuo Kepa Ibarra Director de Gaitzerdi Teatro Al apunte obligado. Ecuación con perspectiva. 24 de febrero. Datos desde la misma China: 2.500 muertos. Y en extensión, por el mundo, Italia, Corea del Sur. Todo un aviso. Para el 25 de febrero, 7 muertos en Italia y cerca de un millar de personas confinadas en un hotel de Tenerife. Para el 28, las crónicas difunden entre exclamaciones que el coronavirus se extiende por el mundo (literal). Para el 29, tres casos en Euskal Herria. Y así, tiro porque me toca. Hoy, 75 días después, 1.800 horas ejecutadas, en Euskal Herria cerca de 20.000 contaminados y 2.000 fallecidos. Incluso con los números arriba-abajo, el cómputo es demoledor. De este drama vital y de exposición sanitaria abrumadora podemos extraer multitud de conclusiones y algún que otro exabrupto mal controlado. Nuestro sistema capitalista y de dividendo fácil no entiende de pandemias, rincones mortuorios hospitalarios, ni de figuras retóricas donde discernir entre lo que sucede y lo que no puede ser en el tiempo de un Nikkei desbocado. De la primera obsesión por llorar y descontrolar las tripas ante un virus que literalmente sonríe malicioso por tanta obsesión con el papel higiénico y la cerveza consumida a raudal, pasamos a una segunda rémora de prioridades, que pasan por establecer unas pautas de comportamiento que al menos no prefijan carencias lógicas de una sociedad echa a la medida de un consumo desmedido y un reclamo publicitario que se esconde bajo el epígrafe de una Multinacional arrogante. Pero a la tercera va la vencida, y entramos en ese apartado donde se confunde un inevitable Síndrome de Estocolmo (vivir, convivir, amar al enemigo), donde no existe otro particular y la aceptación-adecuación al medio es una excusa perfecta para quien ha hecho del poder su seña más valiosa. Y aquí entra el entramado logístico del feroz e insaciable capitalismo, lleno de complejos y fechas de caducidad, para un acabado final que no entiende de circunloquios: producción, cash flow. De fábrica en fábrica, de meseta a monte y viceversa, de terraza en terraza, confinar para reventar la calle e imagen, mucha imagen política de bien y orden. Allí donde Joaquín y Alberto (Zaldibar) duermen bajo una tragedia que esos mismos políticos de traje, corbata y peinado perfecto olvidan por omisión o simplemente porque ahora no toca visitar a los muertos para siempre. Los 2.000, los 20.000 y hasta los cuatro millones del mundo, certificando que a partir de ahora toca medio-confirmar para después urnear (malditas urnas tempranas) y conciliar con aquello de «Los muertos que vos matáis gozan de buena salud» (muy interesante el fraseado que se utiliza para describir la situación en Jalisco-México, donde los muertos permanecen apilados y enumerados, sin nombre real, simplemente olvidados). Toca activar, recurrir al producto global, olvidar recortes y desindustrializaciones, animar al vigoroso empuje imperial de la Banca, devaluar la precarización salvaje de un mercado laboral herido desde hace lustros. Y de aquellos juegos de salón, con el BM, el FMI, el BCE y hasta la trilateral, de aquellos juegos llegan estos muertos, que aunque parezca mentira no gozan de buena salud. Más bien diría que gozan de un eterno y merecido olvido. Ya lo decía Antonio Gramsci: el viejo mundo se muere. El nuevo mundo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos. Nuestro sistema capitalista y de dividendo fácil no entiende de pandemias