2020 ABU. 31 QUINCENA MUSICAL Un brioso Mozart para la clausura Mikel CHAMIZO La Quincena Musical de 2020 echaba el sábado la persiana con uno de los conciertos más esperados de la edición, ya que suponía la visita de la primera orquesta extranjera a Euskal Herria desde que comenzó el confinamiento. El medio centenar de integrantes de Les Musiciens du Louvre tuvieron que recorrer los casi 900 kilómetros que hay entre Grenoble y Donostia en tren y en autobús, haciendo un esfuerzo importante por estar aquí -también en lo económico, pues han debido de actuar por un precio muy ajustado-, y su presencia brindó al festival ese pátina de internacionalidad que lo caracteriza y que, por culpa del dichoso virus, había estado ausente este verano. Fundado por Mark Minkowski en 1982, Les Musiciens du Louvre es uno de los iconos del movimiento históricamente informado y de la interpretación con instrumentos de época en el Estado francés. En aquella primera etapa se dedicaron al repertorio Barroco pero poco a poco fueron ampliando hacia el futuro el alcance de sus actuaciones, primero con el Clasicismo de Mozart y Haydn, y más tarde incluso con autores del Romanticismo francés como Berlioz, Massenet u Offenbach. En su concierto en Donostia no llegaron tan lejos, centrándose en las sinfonías finales de Mozart, un autor que ha acompañado a Minkowski constantemente a lo largo de su carrera y del que tiene una visión muy definida, que ya presentó en la Quincena en 2006 cuando dirigió la ópera “Mitridate, Re di Ponto”. Su visión de las sinfonías finales de Mozart está incluso registrada en disco, pues grabó la 40 y la 41 hace aproximadamente 15 años en un CD en el que se puede apreciar cómo Minkowski plantea estas obras desde un impulso rítmico constante, sobreacentuando todo lo acentuable y buscando, por lo demás, una gran claridad en la exposición de los motivos y de las melodías. A título personal, no me gusta demasiado el Mozart de Minkowski, porque echo en falta mayor dulzura en el sonido instrumental, equilibrio en las armonías y ojo por los pequeños detalles. Para mí, el suyo es un Mozart de potente trazo pero en escala de grises. Pero en su actuación del sábado me pareció que Mikowski ha atenuado un poco esa tendencia al impulso rítmico y al dramatismo, cediendo mayor espacio al lirismo intrínseco en estas sinfonías. El concierto comenzó con cierta sensación de inseguridad, con numerosos detalles en la “Sinfonía nº 39” que indicaban que los músicos no estaban al cien por cien -algo comprensible, si tenemos en cuenta que han estado parados hasta hace prácticamente una semana-. El “Adagio” inicial de la 39 salió así un tanto desdibujado, y el “Allegro” posterior resultó algo ruidoso. Fue en el segundo y tercer movimientos donde los músicos fueron entrando en calor y la orquesta empezó a sonar a la altura de su prestigio. Los mejores momentos del concierto llegaron con la “Sinfonía nº 41” de Mozart, la famosa “Júpiter”, que a pesar de su popularidad -ambos aspectos no van necesariamente unidos- es también una de las cimas más altas de la sinfonía como género. También es una obra que aguanta lo que le echen y la visión de Minkowski la convirtió en una creación dramática y festiva, que conquistó a través de su fuerza dinámica e imponente discurso. Bajo esta óptica, resaltaron especialmente esplendorosos el “Minueto” y el “Molto allegro” final, ese milagro en el uso del contrapunto, que Minkowski clarificó y expresó con un gran sentido de la forma y de la progresión de las voces, con resultados magníficos.