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CRÍTICA «Antebellum»

El pasado nunca está muerto. No es ni siquiera pasado


Titulo la crítica con la emblemática frase de William Faulkner, que abre la proyección de “Antebellum” (2020) con una traducción ligeramente diferente, seguramente porque en la película cobra un sentido enigmático sobre su contenido oculto, y que se irá revelando, más en el tramo final, aunque se puede intuir o descubrir ya algo antes, hacia la mitad del metraje.

Cualquiera que haya visto la filmografía de Shyamalan, y para no dar demasiadas pistas no mencionaré ningún largometraje en concreto, sabrá de qué estoy hablando. La sorpresa debe ser preservada, y no se la voy a estropear al espectador con “spoilers”, así que me limitaré a hablar más del lado de denuncia política que esgrime la pareja interracial formada por Gerard Bush y Christopher Renz en su primer largometraje, al establecer estrechas e íntimas conexiones entre la esclavitud y la actual situación de brutalidad policial contra la población afroamericana, posicionándose con la vanguardia feminista del movimiento Black Lives Matter.

Con respecto a la polémica a propósito de si su género es el terror social, considero que es una etiqueta que le viene de su productor Sean McKittrick, y de ahí el agrupamiento junto a las creaciones de Jordan Peele “Déjame salir” (2017) y “Nosotros” (2019). Es un inquietante y absorvente thriller fantástico, con una representación sublimada del horror real, pues no ahorra detalle en el castigo físico, la violencia de género o incluso los hornos crematorios, todo ello trasladado a una plantación algodonera. Y su fuerza expresiva radica en la fotografía del uruguayo Pedro Luque, que empela colores vivos e hirientes.

El término en latín “antebellum”, en los EEUU se refiere al momento previo a la guerra entre el Norte y el Sur, cuando se desarrolló el denominado “ferrocarril subterráneo”, como organización clandestina para procurar la huida de las plantaciones esclavistas.