GARA Euskal Herriko egunkaria
EDITORIALA

Balance parcial de la primera semana del curso 2020-2021


Es casi imposible hacer un balance general de este regreso a la aulas en la segunda ola de la pandemia. Se puede afirmar que ha habido improvisación, que se ha delegado todo en los centros y que estos lo han hecho lo mejor que han sabido. Todo el mundo, escolares, profesorado, personal no docente y padres y madres, ha acudido a clase con una mezcla de dudas, enfado e ilusión, pero las sensaciones del arranque han sido dispares.

Por supuesto, la vivencia de los niños y niñas cambiará mucho según cómo estuviesen en marzo pasado y cómo hayan sobrellevado el confinamiento. También de cómo estén en casa, del ánimo familiar, de cuál sea su situación socioeconómica y su estructura de cuidados. Padres y madres han recobrado cierta rutina y seguirán afinando la logística, aunque con incertidumbre. La experiencia del profesorado depende en gran medida de qué se han encontrado en el centro, del ambiente de trabajo, de cómo estén los equipos de cooperativos o saboteadores. Sacar una imagen clara de semejante cruce de vivencias, intereses, problemas y ánimos es complicado.

Ha quedado claro que la incidencia del covid-19 en tierras vascas era demasiado alta como para que el retorno no estuviese salpicado de confinamientos, cierres de clases y centros. Era previsible, aunque se haya tapado. Quizás se debía haber atrasado el inicio, o cuando menos no se debía de haber dado al mismo tiempo en todos los sitios. Ahora se verá hasta dónde funcionan las burbujas y si la cadena de cuidados dependiente de los mayores se puede cortar a tiempo. Que el virus haya entrado con tanta fuerza en las residencias en esta segunda ola es una mala señal.

Lecciones que habrá que repasar

La primera semana de clases también ha dejado otros recados que no conviene olvidar. Cuestiones pedagógicas que marcarán los recursos y capacitaciones que tengan las generaciones de vascos y vascas en edad escolar.

Es más que evidente que intentar dar la misma materia que antes resulta imposible. Antes ya era imposible, pero ese es otro tema. Los responsables lo saben, y si no hacen una adaptación curricular consensuada y coherente lo están dejando en manos del profesorado. Es una irresponsabilidad por parte de los departamentos de Educación, una más. Seguramente, este curso se debería haber añadido nueva materia. Porque hacen falta nuevas competencias, el mundo ha cambiado y la educación no puede jugar todo a la carta de que las cosas volverán a su estado «natural» –que de por sí en el ámbito educativo no era ejemplar–. Esta es una oportunidad de marcar prioridades y hacer reformas pendientes. Por ejemplo, es hora de sacar la religión de las escuelas.

Por el momento se ha perdido una gran oportunidad para dar una transición digital enriquecedora, funcional y coherente. Eso requería una reflexión dentro de la comunidad educativa y una inversión por parte de las administraciones. Esto obligaba a desarrollar políticas de igualdad en el ámbito de las tecnologías. Para esto había que haber roto algunos dogmas, y ninguno de los agentes implicados parece estar por la labor. El caso es que, un curso después del que tuvo a todo el sistema educativo vasco trabajando telemáticamente, si hay confinamientos se hará lo mismo que en marzo pasado; lo que se pueda. La educación digital es otra cosa que la presencial a través de una pantalla.

Esta semana se ha podido temer que algunos avances dados en décadas en el terreno pedagógico corren cierto riesgo. Son pedagogías mejores para el desarrollo y la educación integral de las personas. Es priorizar las competencias y el trabajo en equipo, por ejemplo. Son dinámicas que ha costado décadas implantar. En este tiempo han sido frenadas, entre otras razones, por la humana resistencia al cambio; por tratarse de una institución burocratizada y con un sector muy tradicionalista; por un conservadurismo social que sigue celebrando la memorística y modelos de evaluación competitivos.

Aun así, se han conseguido desarrollar gracias a una comunidad del profesorado comprometida, que se ha ido adaptando, aprendiendo los unos de los otros, experimentando y llegando a consensos. En este contexto, las fuerzas retrógradas, los valores reaccionarios y las visiones miedosas de la vida tienen cierta ventaja que habrá que combatir renovando el compromiso con una educación en valores. Solo esos valores e invertir en educación pueden garantizar un futuro a un país pequeño como Euskal Herria en estos tiempos convulsos.