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Madonna dixit


Lo ha dicho Madonna: «Lo maravilloso y terrible del coronavirus es que nos iguala a todos, a ricos y pobres». Otras frases de Madonna: «No soy feminista, soy humanista», «soy un hombre gay atrapado en el cuerpo de una mujer», «no seré feliz hasta que no sea tan famosa como Dios», y mi preferida: «quiero ser como Gandhi, Martin Luther King y John Lennon, pero también quiero estar viva».

No vengo hoy a hablar de Madonna, que podría, sino sobre esa primera idea, más extendida de lo que parece y debería, de que el virus afecta e infecta a todos por igual, sin distinción de cunas, clases u otras condiciones. A todos nos ha venido a la cabeza en algún momento de los últimos meses la imagen de «El triunfo de la muerte», el conocido cuadro de Brueghel en el que la Muerte, guadaña en mano y cabalgando sobre un escuálido caballo cobrizo al frente de sus ejércitos, destruye el mundo de los vivos sin hacer distingos entre estamentos.

Pues bien, la historia de las pandemias, desde la peste hasta la gripe española, pasando por el cólera, la plaga de Justiniano o el sida, demuestra que eso nunca ha sido así. Las clases pudientes siempre han enfrentado estas situaciones, como cualesquiera otras, con ventaja. Como la que tuvo la burguesía londinense a mediados del siglo XIX. Entonces, el cólera diezmaba los estratos sociales más bajos, aquellos que bebían de la tristemente famosa fuente pública de Broad Street contaminada con excrementos y que luego estudiaría John Snow, uno de los padres de la epidemiología moderna. Mientras, la aristocracia del West End disfrutaba del agua cristalina que llegaba a sus lujosas casas a través de una red de abastecimiento renovada y saludable.

Esta realidad, que es así, se vuelve especialmente insultante cuando de ella se hace ostentación y boato. El pasado fin de semana, el fotógrafo Dylan Don y el empresario Carl Hirschmann celebraban sus cumpleaños en una espectacular villa en la Costa Azul francesa. Sin mascarillas, sin distancia entre asistentes, bailando y brindando junto a una piscina infinita... Cada uno de las decenas de asistentes había pasado un test PCR pagado por los anfitriones. Obsceno, malditos.