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Sísifos


Es duro hacerse consciente. Es terrible verse zarandeado por los acontecimientos y ser incapaz de contrarrestar las hondonadas.

Los impulsos al espíritu han ido transformándose con el paso de los siglos, aunque el absurdo como enemigo fundamental, se haya mantenido desde el inicio de los tiempos. El absurdo como el agujero negro de la existencia.

Los oportunistas, conocedores de los temores ancestrales, implementaron una serie de mandatos caprichosos, dando origen a un universo gobernado por dioses iracundos a los que de manera sospechosa, había que agasajar. Se esforzaron también, ideando estrafalarias liturgias, en crear un relato mítico que daba explicación a toda aquella orquestación.

Aunque parezca ridículo, el ansia por conseguir unas vacaciones extraterrenales, fue el leitmotiv de las generaciones precedentes. Con la nuestra, nací en el 76, los paradigmas terminaron de cambiar. Se consideró que incentivar la creación de paraísos particulares en la tierra, generaría una actividad económica mucho más lucrativa, además de afianzar el conglomerado eliminando las dudas espirituales que comenzaban a imponerse. No hizo falta quemar iglesias o volar palacios, todo terminó porque así tocaba que sucediera. Los gigantes y los mitos cayeron delante de nuestros ojos, al igual que dependiendo de las sensibilidades que tocara aliviar, fueron desmontadas las figuras representativas de los regímenes caducados.

Fue el final de una era cimentada en la adoración sumisa hacia seres imaginarios dotados de imposibles destrezas. Ahora tocaba fijarnos en nuestros semejantes y sus logros vitales. Se nos exponía un compendio irrenunciable de lujos asequibles. La salvación estaba más cerca que nunca: un contrato con un equipo de fútbol, un descubrimiento por parte de un cazatalentos o un empresario visionario que apostara por nuestras capacidades. El cupón a otra vida mejor en un lugar del que nadie disponía de evidencias (ni siquiera una foto sacada con un móvil), se transmutó en el anzuelo del reconocimiento instantáneo. Una notoriedad que aportaría el dinero suficiente para construir en vida, nuestro cielo privado. Y a eso nos dedicábamos mientras consumíamos todos los aparejos «necesarios».

Ahora, en la nueva realidad, todo se vuelve nítido ante mis ojos. Es algo de agradecer aunque me esté costando horrores asumirlo, porque aunque nunca creyera en las falsas esperanzas ni en las zanahorias inalcanzables, siempre existió una especie de nudo invisible que me mantenía aferrado al contexto y sus circunstancias. Soltar el cabo al que te acostumbraste a estar amarrado, por muy enclenque que este sea, es traumático.

Me resulta irrebatible no asumir ya, lo que siempre fuimos: una especie desorientada que solo sabe aguardar nuevas directrices. La rendición ante el reconocimiento del absurdo de la existencia solo deja cabida a la rebeldía por la supervivencia, y aunque parezca algo descorazonador, esta será la única acción liberadora.

Camú nos lo anticipó, suyo es el mérito. Llegar a estas conclusiones en este momento, es solo un ejercicio de mera observación. Observemos y tomemos consciencia pues, antes de que a alguien se le ocurra también, taparnos los ojos.