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EDITORIALA

El unionismo se revuelve sin proyecto de futuro


El Tratado de Separación entre Gran Bretaña y la Unión Europea estableció que la aduana de toda la isla de Irlanda se situaría en el mar de modo que, tras el Brexit, tanto el norte como el sur continuarían dentro del Mercado Único Europeo. Pero la vuelta de la burocracia y las inspecciones en la frontera han traído retrasos y han generado problemas de abastecimiento, principalmente por el escaso personal aduanero que Londres ha contratado. Posiblemente una calculada decisión del gobierno conservador para poder culpabilizar a la Unión Europea de los obstáculos que puedan surgir durante el periodo de transición. Tener un enemigo a mano viene bien para canalizar la indignación.

Sin embargo, la situación creada ha tenido también otros efectos colaterales, especialmente en el norte de Irlanda, donde la tensión se ha disparado al aprovechar los unionistas la coyuntura para amedrentar a los aduaneros, que se han retirado de sus quehaceres, y exigir que se cancele el protocolo conjunto que se firmó para Irlanda. Creen, al parecer, que podrán rentabilizar una situación de confrontación e intimidación, algo que no está claro que vaya a ocurrir, teniendo en cuenta la creciente pérdida de apoyo popular. Sin embargo, sí puede provocar situaciones muy peligrosas. Una vez más, los dirigentes de la Unión Europea han aportado su granito de arena a la escalada. En un intento de salvar la desastrosa gestión de la compra de vacunas apuntaron la posibilidad de establecer controles a la exportación, lo que encendió todavía más los ánimos en el norte de Irlanda. Aunque la Comisión rectificó rápidamente, el episodio evidencia que la política europea a menudo se guía más por la testosterona que por la diplomacia y la visión a largo plazo.

En el centenario de la partición de Irlanda, parece que los republicanos son los únicos con visión de futuro. Tal vez por ello, a pesar de los envites unionistas, la reunificación de la Isla está cada vez más cerca.