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EDITORIALA

Sin perder de vista el potencial emancipador del feminismo


El 8 de Marzo de este año va a ser extraño, como todo en este momento. Las personas que en Euskal Herria, por las razones que sean, nunca van a una manifestación en defensa de los derechos y las libertades, tampoco lo harán en esta ocasión. En cambio, quienes suelen ir a movilizaciones como las de estos días, contra la tortura o a favor del empleo, o quienes nunca fallan en esta jornada en favor de la libertad y la igualdad de las mujeres, valorarán muy en serio qué hacer esta vez. Claro que la pandemia condicionará esas decisiones. En todo caso, quienes vayan a cualquier acto público este lunes, lo harán cumpliendo con los protocolos y las medidas para el cuidado de las personas y la comunidad frente al covid-19.

¿Cuál es, entonces, el problema? ¿De dónde viene este debate? Como sucede a menudo, el origen está en asumir el marco establecido por la derecha española, que ha hecho del feminismo su enemigo a batir. Un punto clave de esa estrategia es convertir al feminismo y a las feministas en problemáticas.

Es sintomático lo fácil que las personas más privilegiadas, y en especial muchos hombres, asumen esta perspectiva, y consideran que la solución es que este año no se celebre el 8 de Marzo. La diferencia que se hace entre este tema y otros, a veces desde la buena voluntad y la izquierda, es un buen ejemplo de hasta qué punto hay que revisar las programaciones patriarcales que acompañan a todo el mundo. Es fácil caer en estas trampas, pero resulta más complicado salir de ellas.

Por otro lado, existe el riesgo de perder la perspectiva de esta lucha histórica y llevarlo al terreno del juicio individual. Al debate sobre qué hará cada una. Precisamente, el individualismo y la «fatiga pandémica» no favorecen una visión constructiva. Como ocurre con todo en este momento, no hay que perder de vista los efectos que la pandemia está teniendo en las condiciones materiales de la gente y en el ánimo colectivo.

Coger fuerzas y recuperar el momento

La pandemia atrapó al feminismo en un momento efervescente y expansivo. Es un movimiento revolucionario, que está poniendo en duda todas las estructuras del sistema patriarcal y capitalista. La fuerza que ha demostrado en Euskal Herria en los últimos años es impresionante y ha logrado alterar las agendas.

La crisis sanitaria y de los cuidados, la sindemia, vino a confirmar su diagnóstico sobre el sistema pero, paradójicamente, ha supuesto un debilitamiento de sus posibilidades inmediatas de cambio. El statu quo se revuelve ante la posibilidad de perder privilegios. Y las profecías autocumplidas son uno de los mayores riesgos que tiene un movimiento transformador.

La pandemia desató múltiples efectos perversos. En algunos casos la violencia sexista se recrudeció, asociada a un cautiverio forzoso. La impotencia institucional alcanzó nuevos grados en este tema, que es prioritario porque de ello depende la vida o la muerte de mujeres. Y porque es bandera de los negacionistas.

Junto con el recorte de vida pública, totalmente justificado, las estructuras tradicionales del sistema se vieron reforzadas. La necesidad de cuidados se multiplicó y volvió a recaer mayoritariamente en las mujeres. El racismo y la desigualdad son estructurales aquí. La brecha salarial y la precariedad de los trabajos feminizados, puntos clave de la agenda feminista de antes de la pandemia, han quedado en evidencia pero congelados.

La juventud, cuya politización estaba asociada en parte a este movimiento, ha sufrido un parón en su desarrollo y crecimiento, a la vez que era criminalizada. Poco a poco podrán ir recuperando ese proceso. El feminismo sigue siendo, junto con la emergencia climática, parte de esa agenda generacional.

En general, en este año la política se ha contraído y reducido a su parte más profesional. Ni siquiera parlamentaria, porque tampoco ha habido una voluntad de abrir espacios de deliberación. La excepcionalidad, evidente y justificada, se ha utilizado para rebajar el sentido de la política. La agenda cambió de arriba abajo, y si bien el feminismo no ha dejado de aportar visiones y practicas políticas útiles para gestionar la pandemia y sus consecuencias, a menudo se le ha vuelto a tratar con condescendencia y paternalismo.

Es el mismo paternalismo que intenta marcar el paso al feminismo a cuenta de las movilizaciones del 8 de Marzo. Es la fuerza reaccionaria que intenta frenar el capital emancipador de este movimiento.