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EDITORIALA

Relaciones laborales precarias que matan


En menos de veinticuatro horas dos trabajadores han muerto en sendos accidentes laborales en Euskal Herria. El jueves una mujer falleció atrapada por un montacargas en un restaurante de Trapagaran y, horas más tarde, otro trabajador murió cuando descargaba unas bombonas de oxígeno con una grúa en una empresa de Abadiño. Con estos dos accidentes mortales son ya dieciséis las personas fallecidas en su puesto de trabajo en lo que va de año. Una cantidad a todas luces inaceptable para una sociedad industrializada, y menos en una época en la que la pandemia ha ralentizado la producción, cuando no la ha detenido completamente, y muchos trabajadores continúan en ERTE.

La muerte de trabajadores mientras se ganan el sustento para sí mismos y para su familia no es algo que la sociedad pueda asumir como parte de la normalidad cotidiana. Tantos accidentes laborales mortales hablan de malas condiciones de trabajo, bien sea por ritmos de producción excesivos, bien por la falta de conocimientos o experiencia de los trabajadores –muchas veces con contratos eventuales–, o bien por la precaria situación de las instalaciones o por la falta de medidas de salud laboral. La suma de todos estos elementos forma un cóctel que a menudo resulta mortal. Es, por tanto, una cuestión que atañe, en primer lugar, a la patronal, como responsable de la organización del trabajo; y a continuación, a la administración, que debe garantizar de manera activa que se cumplan las normas relativas a salud y seguridad en el trabajo. Pero también hay responsabilidades políticas por las continuas reformas laborales aprobadas, que no han hecho otra cosa más que precarizar las relaciones laborales.

Los accidentes laborales son como los canarios en la mina: indican con fatídica exactitud lo insalubre que se han vuelto los puestos de trabajo. Mejorar el entorno laboral para evitar accidentes mortales requiere voluntad política, pero también capacidad para decidir y legislar.