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El racismo está en todas partes


El 14 de junio de 2021 se presentó en Bilbao el informe anual “Diskriminazioaren ahotsak/Las voces de la discriminación” con los datos recogidos por SOS Racismo Bizkaia durante el año 2020, en el que puedes encontrar información sobre los casos de discriminación en el territorio de Bizkaia.

¿Crees que Bizkaia es racista? 66 personas denunciaron en la oficina de SOS Racismo Bizkaia, a lo largo de todo el 2020, diversos tipos de violencias racistas.

Sabemos que esta lacra está por todas partes, es una realidad amplia, compleja y preocupante. El informe recoge tan solo una pequeñísima parte de esa realidad, aquella que podemos conocer a través de las denuncias que interponen las personas que han soportado violencias racistas. El documento señala el racismo en las actuaciones policiales, en donde algunos agentes cometen actos ilegales, discriminando a las personas por razón de origen racial o étnico. ¿Cómo estamos tan seguras de que la policía ejerce violencia racista?

Porque la Ley Orgánica 4/2015 del 30 de marzo, sobre la Protección de la Seguridad Ciudadana, en el artículo 16 sobre identificación de personas, determina que «los agentes respetarán estrictamente los principios de proporcionalidad, igualdad de trato y no discriminación». Lo que sucede es que no siempre se cumple, la policía para a las personas por su apariencia, siendo un acto ilegal. Esto se conoce como «paradas por perfil étnico-racial».

La ley dice que un agente de policía te puede detener para solicitar tu identificación, pero solo en dos supuestos: cuando existan indicios de que hayas podido participar en la comisión de una infracción, o para prevenir la comisión de un delito. Ahora, imagínate que la policía te detiene constantemente y te pide tu documentación, que le enseñes lo que llevas en tu mochila, y te reclama los tickets de las cosas que llevas.

¿Te puedes imaginar cómo te sentirías? ¿Desprotegida? ¿Indefensa?

No has hecho nada y todo ese requerimiento te parece algo más que injusto, te parece una falta de respeto a tu honor, a tu dignidad. No solo eso, imagínate, ser insultada, maltratada (incluso físicamente) y observar cómo el agresor queda impune. Sin duda, una situación muy preocupante, viniendo de parte de quien se encarga de «mantener la seguridad». ¿La seguridad de quiénes?

No hay mayor inseguridad que experimentar la desprotección institucional. Y desde aquí, llegamos a una parte del racismo. Es el racismo institucional, el cual tiene numerosos afluentes: políticas públicas, leyes, reglamentos, requisitos administrativos, y no solo sobre el papel, también en las relaciones que las personas funcionarias establecen con quienes se acercan a los servicios públicos. Funcionariado que de por sí, representa la figura blanca opresora que ostenta privilegios, gracias a los cuales sostenemos y perpetuamos nuestro estado de bienestar, poder y supremacía.

Muchas personas no se identificarán con estas afirmaciones, quizá estén pensando algo así como: «yo no soy racista», «yo no me considero mejor que nadie», «yo estoy de acuerdo con que vengan personas extranjeras», o «todas tendríamos que tener los mismos derechos y las mismas oportunidades».

Si, está bien, de acuerdo. Pero no vamos a negar los hechos, la realidad es contundente. Un 48,5% de las denuncias señalaban el racismo institucional. No cabe duda que somos una sociedad racista. Bizkaia forma parte de un Estado, que mediante la Ley 18/1987, establece el 12 de octubre como Fiesta Nacional, para «recordar solemnemente momentos de la historia colectiva». El Estado establece por medio del poder legislativo celebrar una festividad que, en su origen, se declaró Día de la Raza (en 1918, el rey Alfonso XIII la institucionalizó, y, en 1958, el dictador Francisco Franco la renombró Día de la Hispanidad), indicador de la identidad colonial sobre la que se funda el Estado.

El racismo está por todas partes, por lo que se considera un problema estructural. Esto significa que encontramos violencias racistas no solo a nivel institucional, sino también en el ámbito privado y social. Un 10,6% de las denuncias a lo largo del 2020 alertan sobre violencia racista perpetrada por parte de algunas inmobiliarias, dejando claro que se producen situaciones de discriminación en el acceso a la vivienda. En esta sociedad, si la persona que necesita vivienda proviene de un país del sur global o si se trata de una persona racializada, normalmente no alquilamos o dudamos. Si finalmente les alquilamos, solemos poner unas condiciones más difíciles. Este es el relato de una persona que estaba buscando piso, en donde sus paisanos le comentaban «sí, al lado de mi casa, o en mi pueblo se alquila uno, pero a nosotros no nos lo alquilan».

Y hablo en primera persona del plural porque somos nosotras las que estamos ejerciendo estas violencias, es la sociedad a la que pertenecemos, a la que se han de adaptar e incluir las personas que migran. «Inclusión social» lo llamamos. No sé si somos conscientes de las violencias que soportan. ¿Cuál es la explicación de tales discriminaciones? ¿Qué problema tenemos con alquilar a personas migradas o racializadas? Nuevamente, la realidad nos revela una situación tremendamente injusta, que parece que nos cuesta ver, y por consiguiente, reconocer.

Muchas de las personas que soportan estas violencias racistas tienen dificultades para denunciar. En general desconfían en las instituciones públicas (pues son quienes también ejercen violencias), tienen miedo a tener más problemas o directamente piensan que no va a servir para nada. Denunciar no siempre es posible, porque lleva tiempo y energía que mucha gente no tiene, sin embargo, es un paso para visibilizar una realidad preocupante o como dice el diccionario un suceso irregular. Pues pongamos el foco en las actuaciones irregulares que perpetúan este sistema racista. Comencemos por reconocer que están por todas partes, que son ilegales –porque violan derechos fundamentales– y que las personas blancas las ejercemos, o cuanto menos, somos cómplices de ellas.

No podemos ignorar la realidad, está ahí frente a nosotras. Dar el paso hacia la comprensión, es un paso hacia el cambio. Es un primer paso, al que todas quedan invitadas.