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EDITORIALA

Los planes, no el mercado, reducen las emisiones


Desde que se aplica el Protocolo de Kioto los países tienen unas cuotas de emisiones máximas de gases de efecto invernadero que distribuyen entre las empresas contaminantes. Pero no todas utilizan su cuota, por lo que esta se puede comercializar, de modo que si un país o una compañía no gasta todos sus derechos de emisión puede vendérselos a otro país o empresa que los necesite para cumplir. Y para gestionar ese comercio se organizan mercados específicos, como el que acaba de poner en marcha China que, además, será el mayor del mundo por volumen, al ser también uno de los mayores contaminantes.

La idea de la compraventa de bonos se sustenta en la creencia de que el pago por los derechos de emisión empujará a las empresas a reducir la contaminación. En la práctica, muchas empresas con músculo financiero prefieren seguir pagando por contaminar que invertir grandes sumas en reducir sus emisiones. Además, el sistema prevé otras compensaciones por otras actividades como plantar árboles, con lo que el estímulo para la reducción de emisiones es bastante limitado. En conjunto, este sistema de cuotas con su correspondiente mercado no estimula la reducción de emisiones; en realidad, empuja a las empresas a gastar el total de la cuota asignada. Es por ello que las organizaciones sociales consideran que en una situación de emergencia climática estos mercados, por muy grandes que sean, son ridículos. Sin embargo, son funcionales al capitalismo verde, ya que ayudan a fortalecer la idea de que los mecanismos de mercado sirven para detener el deterioro ecológico, cuando en realidad no aportan nada.

El Gobierno chino se ha tomado en serio la cuestión del cambio climático. Asimila sin problemas los mecanismos internacionales, como el mercado de carbono, pero también ejecuta sus propios planes; de hecho, ya es líder mundial en renovables. Algo, sin duda, mucho más relevante para afrontar la emergencia climática.