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Escepticismo y crítica reciben al nuevo Gobierno libanés

La desconfianza en la clase política libanesa, por el sistema sectario que la conforma y por la corrupción que la caracteriza sustentan el escepticismo y la crítica con que ha sido recibido el nuevo Gobierno de Líbano tras trece meses de negociaciones. Pero también el colosal reto de sacar al país del colapso económico y social en que está hundido y que lo sitúan entre las peores crisis económicas del mundo desde hace más de un siglo.


«El Gobierno de una confianza (casi) imposible», tituló el diario “Al-Akhbar”, cercano al partido chií Hizbulah. Los temores unánimes expresados en los medios de comunicación, en las redes sociales y por expertos se refieren sobre todo a la capacidad del nuevo Gobierno para dar la vuelta a una economía hundida y a su margen de maniobra en materia de reformas.

El Gobierno liderado por Najib Mikati, una de las mayores fortunas del país y que ya ha sido primer ministro en dos ocasiones, e integrado por 24 ministros, se ha formado tras interminables negociaciones políticas.

Mantiene el clásico reparto de cargos de la política libanesa entre las comunidades, chií, suní, católica, drusa, cristiana ortodoxa o maronita, y sus diferentes facciones políticas. Por ello se cuestiona qué cambios podría traer realmente este equipo, elegido por los «barones» de las distintas comunidades que manejan el país desde hace décadas, y cuyas políticas clientelistas y sospechas de corrupción están en el origen del colapso.

«Son los mismos cocineros los que formaron el gobierno. ¿Son capaces, por tanto, de ofrecer una nueva comida? El miedo real es que el modus operandi no pueda producir nada nuevo», alerta el investigador Sami Nader.

Tanto más cuanto que, como subraya el diario “L'Orient-Le Jour”, la tarea del Gobierno resulta ser «hercúlea». La crisis económica sin precedentes por la que atraviesa el país desde 2019 ha seguido empeorando, y el Banco Mundial la ha calificado como una de las peores del mundo desde 1850. Con una inflación galopante y despidos masivos, el 78% de la población libanesa vive por debajo del umbral de la pobreza, golpeada por la caída libre de la moneda, restricciones bancarias sin precedentes, levantamiento de subsidios, escasez de combustible y medicinas, cortes de energía y colas interminables frente a las estaciones de servicio.

Aunque la llegada al Gobierno de personalidades como Firas Abiad, director del hospital gubernamental (ministro de Salud), fue aplaudida, la duda permanece.