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EDITORIALA

Un conflicto imprevisible, una indolencia inaceptable


Un año después del fulminante ataque protagonizado por las tropas azeríes, secundadas por mercenarios sirios y pertrechadas con material de última generación de Turquía e Israel, el conflicto de Nagorno Karabaj está lejos de haber quedado zanjado. Así lo han puesto de relieve las crónicas publicadas en estas páginas con motivo del aniversario, que constatan, además del quebranto producido entre sus habitantes, que el enésimo capítulo de la pugna por el control del enclave no tiene trazas de ser el último. De hecho, con Armenia y Azerbaiyán en perpetuo enfrentamiento, Turquía, Rusia e Irán directamente afectados, y EEUU y Europa siempre concernidos, la nómina de actores es tan amplia y los intereses tan diversos y cruzados que casi parece utópico pensar que ese último capítulo vaya a escribirse jamás. Sin embargo, es necesario.

Los cuatro mil muertos causados por el último choque, a los que hay que sumar los de la guerra anterior, no pueden ser un punto y seguido, y los supervivientes no deben resignarse al miedo cotidiano y a la inevitabilidad provocada por una frontera que se mueve en función de la correlación de fuerzas de cada momento. El viento sopla de cola para Bakú, que de la mano de Ankara y con sus ingentes recursos energéticos como carta de presentación, cree que tiene todas las bazas, pero si algo ha dejado patente la historia de este contencioso es su imprevisibilidad.

En torno a Nagorno Karabaj nadie debería dar nada por sentado, salvo la necesidad de una salida asumible para todas las partes. Por supuesto, no es fácil, y así lo admitía ayer en este diario su ministro de Asuntos Exteriores. Pero precisamente por eso, lo que no es aceptable es la posición que está manteniendo la comunidad internacional. La actitud de agencias como ACNUR o la UNESCO, que han hecho caso omiso a las llamadas de la población, es ejemplo de una indolencia nociva para cualquier esperanza de paz y será responsable del futuro sufrimiento en la región.