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JO PUNTUA

Fe


Cuando leí las memorias de Malcolm X a los catorce años no me pareció grave que la editorial Txalaparta, que había tenido el acierto de publicarlas, eliminara la mayor parte de los sucesos relativos a su conversión al Islam, una parte de su vida en la que había para mí un misterio fascinante. No entendía qué lugar podía tener la religión en una lucha revolucionaria. Como tantos blancos, tantos occidentales y tantos vascos, particularmente de izquierdas, pensaba que creer en dios era un atraso y despreciaba la importancia de la fe con el desparpajo que caracteriza nuestro analfabetismo espiritual, que nos ha permitido eliminar a dios de nuestras vidas sin revisar nuestra cristiandad.

Somos el producto psicológico y cultural de 2.000 años de cultura cristiana promovida por los sucesores de los jerarcas que mataron a Jesús cuando les denunció por someter a su pueblo en nombre de la fe. No creyendo en dios creemos haber abierto los ojos al mirar al cielo pero siguen cerrados para mirarnos a nosotros y ver lo misóginos que somos, cómo de binario es nuestro pensamiento, hasta qué punto hemos sustituido la ética por la culpa, la feliz ignorancia de las cuestiones espirituales en la que vivimos y la manera en la que despreciamos todas las creencias religiosas en general y, como demuestra el ejemplo del comienzo, al Islam en particular.

Desconfiamos de los musulmanes por observar sus ritos, creer sus libros y seguir su fe, como si la creencia de creernos mejores no fuera más aborrecible que la creencia en la misericordia infinita de Alá. Una sociedad que se casa en la iglesia por las fotos y se cree más civilizada que un pueblo que reza cinco veces al día no es más civilizada, es más hipócrita. Todos creemos. El problema es que la mayoría de nuestras creencias nos pasan inadvertidas. Pero creemos que la vida es así, que la gente es así, que hay que portarse así, que es mejor aquello que aquello otro, que eso está bien y eso está mal. Incluso creer que no creemos es creer. Y no creer en nada es, sin duda, creer en algo terrible.