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BOCAS CERRADAS Y OJOS MORADOS: ERDOGAN SE CEBA CON SUS ESTUDIANTES

Las protestas estudiantiles por los nombramientos a dedo en el mundo académico y los altos precios de la vivienda se saldan con violencia policial y arrestos que atentan contra los derechos humanos, mientras el presidente turco llama «terrorista» a todo el que le contradiga.


Lo primero que hizo la Policía fue darme un golpe con la rodilla, por eso tengo el ojo así. Después de una dura intervención en el suelo, donde nos esposaron, nos llevaron al coche. Allí continuaron golpeándonos. A un amigo mío le destrozaron la nariz cuando le empotraron la cabeza contra el cristal del coche». Misra Sapan relata su experiencia tras acudir a una protesta estudiantil en Estambul hace unas semanas. Decenas de estudiantes se agolparon a las puertas del campus de la Universidad del Bósforo, centro que desde hace casi once meses lucha contra el intervencionismo de Recep Tayyip Erdogan, según apuntan, por querer poner a dedo a un rector afín. Pero el Gobierno se ha encontrado con un movimiento que ya ha sido tildado de «terrorista» por el propio presidente. El mismo día en el que durante un discurso se refirió a ellos en esos términos, Sapan y sus amigos fueron reprimidos por las fuerzas policiales. «Con ese acto, Erdogan dio una instrucción directa a la Policía: ‘No son estudiantes, son terroristas’. Pero estamos seguros de que los verdaderos terroristas no son los que luchan por la libertad y contra este poder, sino los que atacan esta lucha, torturan y asaltan nuestras casas», explica Sapan.

Aunque no pertenece a la Universidad del Bósforo, cree que la lucha es común. «Los jóvenes crean conciencia en la vida universitaria, donde comienzan a sentir su libertad y abren sus horizontes, y suponen una amenaza para el poder. El Gobierno está tratando de evitarlo. Este no es solamente el caso de la Universidad del Bósforo, sino de todas las universidades. Están nombrando a hombres de su propio círculo para mantener bajo control a los jóvenes e imponer su ideología», afirma. Las protestas de la Universidad del Bósforo, una importante institución académica, comenzaron el 4 de enero contra el nombramiento como rector de Melih Bulu, exdiputado del AKP de Erdogan y afín a los ideales del presidente. Tras la dimisión de Bulu, Erdogan volvió a escoger a dedo a alguien afín, Naci Inci. Por eso las protestas siguen y decenas de estudiantes afrontan cargos por «propaganda terrorista» o insultos al presidente, una losa que suele caer sobre todo aquel detractor del presidente.

Desde 2014, año en que Erdogan asumió la Presidencia, se han iniciado 160.169 investigaciones por insultar al presidente y ha habido 12.881 condenas. Sólo en 2020 hubo 31.297 investigaciones por insultos y 3.325 condenas, según el Ministerio de Justicia. Y los números empiezan a rechinar en los tribunales internacionales, que ven en la ley un conflicto con el principio universal de libertad de expresión. De hecho, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya ha pedido a Turquía que cambie esa ley, por la que se ha procesado a decenas de miles de personas.

Sin techo

Los estudiantes no solamente se quejan del intervencionismo del Gobierno en puestos clave de las universidades. A principios del presente curso, ras una pandemia que anuló cualquier cara a cara en el mundo académico, se pudieron retomar las clases presenciales. Pero se encontraron con una amarga realidad: la inflación desmesurada en los precios de la vivienda y la falta de suficientes residencias estudiantiles dejó a miles de estudiantes en condiciones muy vulnerables a la hora de tener un techo. Además, se calcula que cerca del 25% de los dormitorios de estudiantes tuvieron que cerrar sus puertas por la crisis económica causada por la pandemia, lo que deja al país con cerca de 4.500 residencias. En la actualidad, hay cerca de 700.000 plazas en dormitorios públicos para cerca de 8,5 millones de estudiantes, por lo que las residencias privadas –a veces difíciles de costear– son la única alternativa que les queda. Y a la dificultad de acceso a una habitación, se suman unos precios que se han incrementado entre un 50% y un 300% respecto al año anterior.

Por eso, universitarios de todo el país sacaron sus colchones a la calle en señal de protesta para reclamar mejores condiciones. Según el Ministerio del Interior, 2.245 jóvenes pertenecientes a «colectivos de extrema izquierda, LGTBI e incluso organizaciones terroristas» durmieron a la intemperie, una protesta que se parecía demasiado a las de Gezi, en 2013. El Gobierno optó por echar más leña al fuego. Más tarde, el propio Erdogan afirmó que sus condiciones ya son envidiables: «Cuando llegamos al poder, los préstamos estatales para estudiantes eran de 45 liras al mes. Ahora son de 650 liras. Debería daros vergüenza». Entonces los alquileres costaban alrededor de 250 liras y ahora se sitúan en cerca de 5.000. Además, la lira fluctuaba a dos dólares al cambio, mientras que ahora lo hace a casi diez, y la inflación no estaba en niveles récord.

El ojo morado

Mano dura. Esa es la doctrina que Erdogan y su ministro del Interior aplican a todo aquel que se atreva a confrontarlos. Y mientras las protestas estudiantiles se abren paso en Turquía, el presidente no duda en llamarles «terroristas»: «Si Dios quiere, resolveremos este problema dentro de su propia esfera, sin dar oportunidad a los malintencionados. No dejaremos nuestras universidades a los estudiantes que siguen la senda del terrorismo». Después de todo, tanto las protestas por no aceptar a un rector nombrado a dedo como las que surgen por no tener un techo acaban en lo mismo: detenciones y ojos morados. «Quieren callarnos», asegura Sapan, que destaca que «si el terrorismo asusta y controla a la sociedad, es obvio quién es el terrorista».